31 octubre 2006

Vieja amiga

He visto florecer al Miño y al roble que guarda el camino de tu casa darme los buenos días. He visto la niebla rondar tu huerta acariciando los tomates, y tus perros y gatos me han besado hasta los huesos. He visto el puente nuevo, y las fuentes de agua ardiendo manar para ti.


Y me pregunto cómo hemos hecho para tardar tanto con este reencuentro.

Vamos a recordar, para empezar, así, sin prisa, con unos buenos bombones endulzando la velada, esta vida, los años que compartimos y los años que vivimos separadas, cada una a su aire, llevando una a la otra por calles nuevas, por ciudades distintas, por circunstancias impensables, a experiencias que nos enriquecieron y a experiencias que no debimos vivir, para así comprobar que nunca nos dividimos del todo, que la una prolongó a la otra, y ahora nos juntamos para reajustar el engranaje que llamamos continuar.

Y brindemos por los que se quedaron por el camino, los que mudaron su horizonte, los que subieron tanto que dejaron de vernos, y los que se quedaron tan atrás que ya ni nos recuerdan. Y por los que nos comparten, y que su deseo distanciado de hoy nos haga estremecer otra vez, para que no decaiga la fiesta.

Vamos a reirnos hasta que las chispas que se nos escapan enciendan una hoguera de San Juan, para pedir tres nuevos deseos, y gastemos uno en anhelar que la risa no termine nunca. Y vamos a levantarnos del suelo, que ya no somos quinceañeras que puedan tirarse a patalear a pura carcajada sin llamar la atención. Aunque en realidad, como estamos solas, tampoco está de más poder disfrutar así, como dos niñas juntas que no terminan de crecer del todo. Esperemos ese hervor que decimos que nos falta, cogidas de la mano, que así la espera es tan deliciosa como estos bombones que comemos siendo cómplices.

Vamos a hablar, y a hablar, hasta que yo cierre los ojos y el sueño quiera, celoso, separarme de ti, que han pasado muchos años pero no he conseguido superar tu capacidad de no dormirte ni por asomo. Aún recuerdo los sábados por la noche, cuando el mundo se emborrachaba sin nosotras y los coches conducían locos por la ciudad, mientras tú pintabas y pintabas, y yo no podía hacer sino contemplarte. Y no te preocupes, tengo mis trucos, y aún con los ojos cerrados, aún con el sueño en los párpados proyectando imágenes lejanas, te estoy escuchando, porque me gusta lo que dices, y cómo lo dices, y me gusta que una y otra vez te rias y me hagas reir.

Vamos a volver a hablar un instante más, vieja amiga, a estas horas de la noche en que el silencio es el rey, a desenmarañar el pasado, en un ingenuo intento de averiguar por fin desde cuándo estamos juntas, cuántos siglos hemos visto desfilar ante nuestros pasos, en qué antigua tierra comenzamos a preparar los pucheros que tan bien se nos dan, y en qué batalla la una salvó a la otra, a ver si así se puede explicar el por qué nos queremos tanto.


Y en la estación, cuando llega la despedida, vamos a abrazarnos, y con lágrimas moribundas, vamos a proyectar el próximo encuentro, y un genuino deseo de ser capaces de no dejar pasar tantos y tantos años.

Aunque en realidad no importe. Nos tomamos de la mano. De esa mano ausente y compañera, que tanto bien nos ha hecho volver a sentir. Y seguimos adelante, vieja amiga.

Como tú y yo sabemos.

27 octubre 2006

Resaca de besos

Doy una vuelta más y se enredan mis piernas entre las sábanas. En la ventana, en las flores y en los pájaros, la claridad se despierta.

Y yo, sin querer amanecer me expando, para sentir otra vez lo que sienten las hojas perdidas cuando reciben el rocío. Lluvia de besos de anoche, todavía quedan algunos colgando de la lámpara. Y los secretos que se susurran al oído están celebrando su parto prematuro.

¿De dónde vinieron las nubes? ¿De qué charco, de qué océano se evaporó su esencia para condensarse tan altas?¿Qué viento silbante las convenció para cuajar y encapotar mi cielo?

Pero es el cielo el que ha caído sobre mí, y su bóveda ahora rezuma ternura sobre mi almohada. Y los besos de anoche aún me están besando. Y me sostienen la espalda para que pueda levantarme y flotar sobre la alfombra. Para que los dedos de mis pies también sean besados. Para que no se pierdan el milagro, ni la gracia, de la posesión en volandas de la sangre galopando a borbotones por la excitación. Para que la ligereza se mantenga, y pueda dar saltos evaporados hacia la mañana.

Han llovido besos sobre mi pelo, y ahora se alborota enajenado al quererlos encontrar de nuevo entre sus raíces. Y un eco aliado está resonando todavía en mi cabeza su roce, el roce de los besos, contra la piel. Leve contacto humedecido que presagia el olor de la tierra calada. (Y las flores germinarán). Han llovido besos en mis mejillas, en mis orejas, en mi cuello y podría asegurar que su influjo está mutando el color de mis ojos. Y mi forma de respirar.

Han llovido tantos besos que de sus diminutas llamas nacieron fuegos artificiales. Dicen que se vieron a más de 100 kilómetros a la redonda y que hubo quien creyó que era año nuevo. Yo estaba ajena a todo este tipo de informaciones, y los recibí como si la lluvia fuera eterna y se fuera a instalar en mí, ansiosa y expectante, como si el cambio climático, en lugar de acercarnos a una sequía inminente fuera a regalarnos miles de gotas fértiles de dulce agua, cayendo en una constancia chispeante que alegra el alma.

Pero la lluvia, como la noche, se escabulle entre los dedos y nos deja la claridad.

Y una ansia de labios hinchados, llenos de una esperanza que no se puede olvidar. Estómago revuelto que aún digiere el anhelo, y el temblor en las manos, y en las otras entrañas que confiesa la absoluta necesidad de repetir y que una vez más, no voy a ser capaz de dosificar la medida justa que no crea dependencia.

Me asomo al cielo. Amenaza la lluvia

24 octubre 2006

Flores de tela

¿Dónde se pierden los pasos rotundos de los ausentes?

Y las arrugas del pantalón, ¿quien las planchará ahora cada tarde?

Si me quedo quieta, esperando en la noche, parecen oirse las toses del amanecer... Dime, ¿despiertan a alguien todavía? (Y aún te hablo como si pudieras oirme)

¿Dónde se esconde el tabaco, y otros secretos, ahora que nadie los buscará para las amonestaciones? ¿Dónde quedaron las cenizas de los sueños rotos?

¿Dónde?

He paseado por los rincones de este nuevo barrio de las afueras, al que se mudan los que ya no tienen tiempo, ni abono de transporte urbano, barrio definitivo, lleno de flores falsas. He recorrido sus calles, sus pilas de vacíos tapados por frías losas. He visto sus fotos de bienvenida, dulces sonrisas perennes que ya no sonríen a nadie de este lado. He visto caer las lágrimas de los visitantes en el cemento estéril, que sólo es acariciado por las huellas de los coches fúnebres. He visto las nubes, y como si fuera un presagio, no he visto el sol...

Qué quietud tan vacía entre estas calles. Nada que sobrecoja, nada que impresione. Tan sólo calles y calles, decoradas como si estuvieran de paso y no fueran parasiempre, y hablo bajito, no sea que alguien permanezca atento, todavía, sin darse cuenta de que existen cielos nuevos en expectativa. O algún que otro infierno.

¿Dónde callarán las conversaciones que nunca tuvimos?

¿Y las tardes que no pasamos juntos, qué colores esconderán en sus bolsillos?

¿A quien cantarán ahora las cintas de casette desde que nadie las busca?

Y levanto la vista. Pero no sobrevuela ningún pájaro. Parece que adivinaran esta ausencia que empeñamos en rellenar con santos inertes y exclamaciones huecas. Que ellos, santos y pájaros, desde las alturas, pudieran ver dónde se esconden las esperas inútiles de los que aún nos asomamos brevemente a las losas, como si pudiéramos atravesar el abismo y regresar como si nada. Limpiando nichos.

Como si fuera a haber otra oportunidad. Como si se fueran a oir unos nudillos en el otro lado, llamando para reclamar los domingos solitarios, sin pasteles, consumidos bajo una manta que nunca llegó a abrigar lo suficiente.

Como si de repente, el tiempo pasado pudiera retornar, y traernos, de contrabando, la paciencia que nunca tuvimos, y el afecto, y las ganas. Y el perdón. Como si de repente, pudiera compensar la herida lacerante que nunca llegó a cicatrizar. Y los porqués que nunca se respondieron, pudieran ser explicados.


Pero la tumba ya está brillante, y no he oído ninguna llamada.

Así que dejo mis flores de tela, que nunca darán aroma, y mi tristeza infinita, para que se disuelva entre tanto vacío.

20 octubre 2006

Un hueco

Habrá que hacer un hueco para las nuevas canciones. Reorganizar el disco duro, y la estantería. Afinar el oído, buscar un buen cojín donde recostar el cuerpo y dejar que nuevas melodías inunden la casa.

Habrá que buscar sitio también para los nuevos libros. Para las nuevas historias. Para las anécdotas increíbles que ocurrieron alguna vez y que andaban por ahí, sueltas, flotando en el aire, esperando que nuestros ojos se posaran en la página impresa para materializar la realidad de la que un día fueron testigos y que no se pierda. Para todo el conocimiento que cambie nuestra estructura cortical y nos ayude a manejarnos mejor, dentro de lo que cabe, si es que cabe.

Habrá que estar receptivo para las nuevas ideas. Afinar los argumentos, por si nos toca colocarnos en frente y defender una postura, aunque no estemos ni siquiera convencidos de querer estar en esa posición. Definir un poco más esas imprecisiones que nunca nos importaron mucho y que a veces son el puente para acercarnos a los que llaman a la puerta buscando una flor, y a veces, por esa misma ambigüedad, nos alejan del todo, dejándonos incapacitados para disfrutar un nuevo aroma. Ponernos al día con la literatura, con la filosofía, con el arte, aunque en realidad lo único que nos importe sea ese brillo chispeante de los recién estrenados ojos que, de repente, han aparecido en la alacena y nos están observando.

Habrá que arreglarse el pelo, darse color en las mejillas, tapar las ojeras, estrenar zapatos y vestirnos de gala, que los que se acerquen sientan que estamos preparados, que de alguna manera estábamos esperando la visita. Y dar un aire cotidiano de bienvenida, sin mucha efusividad, porque vienen para quedarse, y la efusividad inicial a veces incomoda y asusta.

Y habrá que sacar el mejor mantel, poner nuestra mejor mesa y preparar comida para celebrar un festín. Y dejar que el chocolate, que siempre alegra las veladas, se derrita hasta ser irresistible. Y preparar los mejores cafés para mantener los párpados en guardia mientras las risas y la ternura estén fluyendo.


Habrá que estar preparado. En todos los sentidos. Limpiarnos del pasado, de los viejos conceptos, de las viejas heridas y aceptar el aviso de las cicatrices que molestan cuando va a cambiar el tiempo. Olvidar que hubo quien llegó a casa y como Atila, dejó todo destrozado a su paso. Olvidar los engaños, las batallas, la traición.Olvidar si se puede, al ladrón de sueños, que nos trajo la crueldad ajena del telediario al salón de casa y rasgó nuestro corazón con uñas de acero afiladas. Y nunca nos devolvió la esperanza arrebatada.

Si, habrá que darse un baño de olvido, para no arrastrar en la piel la costra del dolor que nos quiso envejecer.

Y que lo nuevo, lo que puede salvarnos, lo que puede vendernos el futuro a cambio de nuestra confianza, pueda instalarse definitivamente.

Y regalarnos una canción.

17 octubre 2006

Las manos de mi madre


Las manos de mi madre tejen una canción y por la noche se convierte en nana. Dulce nana para el niño que está por nacer, el que aún es futuro, el que aún revolotea, esperando ser gestado, por las nubes de la ciudad, amasando con sus manitas soñadas el pan que ha de traer.

Las manos de mi madre se arrugaron de tanto trabajar, de tanto peso cargado, de tanto limpiar lentejas. De abanicar sueños que se rompieron como un frágil cristal, de hacer una cama ausente cada amanecer. De coser esperanzas con retales zurcidos de un ayer que no llegó. Y de servir vinos para la amargura ajena.

Las manos de mi madre se rompieron por varios sitios, y tuvieron que escayolarle el alma para que se quedara quieta y le pudieran soldar los huesos. El alma nunca le terminó de soldar, y ahora, cuando camina, se escucha cantar una aldaba ronca y áspera que la acompaña y la protege y por eso parece que la preceden los ángeles.

Y se hace el silencio a su paso.

Las manos de mi madre alimentan a las palomas, todos los días del año. Y las palomas la siguen por la calle. Asi que cuando veáis una mujer caminando, con una nube de palomas revoloteando a su alrededor, y comiendo de su mano, no lo dudéis es ella. Decidle que me conocéis, vais a ver qué sonrisa. Como un primor.

Y cuando llega a casa prepara comida para todo el barrio, por si alguien se quiere pasar a comer. Y manda frascos de pimientos asados, y de boquerones en vinagre, y de mermelada de melocotón. Y si la visitas te da manzanas, y peras, y calabacines, y un cogollo de Tudela, que son los mejores. Y le canta una canción a la gata, y entonces se anima el canario, si, el que rescató de la calle, y las campanas de su alma suenan y los ángeles se animan y el barrio de las delicias se convierte en un concierto de Carmina Burana en directo.

Las manos de mi madre, aún hoy, después de tanto, siguen en la batalla. Y se agarran fuerte al bolso que le quieren robar, y prefiere caer al suelo que ceder, y cuando ya la han arrastrado dos metros, entonces reconoce su debilidad, y sea por siempre maldito el malnacido que arrastra viejitas por 50 euros. Caiga sobre él la cólera de los dioses, y un gigante que lo arrastre por el suelo para quitarle su más amada posesión: la fe de estar a salvo.

Pero las manos de mi madre no se rinden, y siguen tejiendo una canción. Para que los sueños no mueran de desesperanza, ni de silencio. Y en sus frascos de conserva, entre sus caricias de muñecas rotas, se esconde un duende. Y una ilusión. Y una trama de soledad vencida y viejos dolores que cronificaron al crecer. Y que ahondan las huellas, y ese camino que no puede evitar recorrer.

Las manos de mi madre me anticipan.

Y estoy aprendiendo a tejer canciones.

13 octubre 2006

Tengo un plan

No sé si es bueno, y no creo que quiera saberlo. De momento.

Me lo propusieron en mi último viaje, ese que hice a los fondos abisales, entre otros sitios. Llegué a conocer a los seres por descubrir, y unos se sorprendieron por mi visita, otros comenzaron a acicalarse, y un tercer grupo, en lugar de esconderse, comenzó a piropearme. Extraña manera de comportarse ante una desconocida, pensé, para ser seres sin nombre, seres que aún están por descubrir. Pero lo dejé pasar, porque me sentía en casa.

Como iba diciendo, parece que tengo un plan.


Y no es que sea bueno, es que es una locura. Y eso hace que sea posible.

Y las anémonas están creciendo, y los caballitos de mar trotan contentos. He encontrado una tiza en mi mesita de noche, y, como en el laberinto del fauno, estoy aprendiendo a abrir puertas. Detrás de algunas encuentro monstruos, sombras, sombras y monstruos que me hacen gritar y correr, correr y gritar, y tengo que salir de la pesadilla tan rápida y entera como puedo. Después me tomo unos días de descanso. Para coger fuerzas. Y recuperarme, y volver a la carga, al dibujo trastornado y frenético de la tiza embrujada en la pared.

Y entonces, una luz tenue de plata y miel la anticipa, encuentro la gruta, la profunda gruta abisal, llena de futuros y silencios. Y las risas de los bebés que aún están por nacer se oyen lejos, como si no estuvieran, pero están y de qué manera, ansiosos de descubrir el camino al útero que ha de cobijarles.

Pues eso, que tengo un plan. Y un sueño.

Me ronda como los rayos, a trompicones, y de pronto todo se ilumina y parece que toda esa belleza mágica sea para siempre. Y los truenos, como los pasos de los cíclopes que sobrevivieron a la última hecatombe, anticipan el resplandor.

Tendré que acabar conmigo, pero ese es un mal menor. Y parecerá un poco que he muerto, como con el Principito, como que me he ido, pero no será verdad y habrá estrellas que tintineen mi nombre y bosques que recuerden mis pasos.

Espero que me entiendan, que se sepan poner en mi lugar, el fondo abisal es demasiado bello para seguir en la tierra, y me han propuesto ser la guardiana de una estrellita de mar. Creen que con el tiempo puedo convertirme en sirena, que tengo cualidades, pero a mi me da miedo que me pesquen y me confundan con otra. Más aún, yo creo que no doy la talla, y me encanta eso de cuidar a una estrellita de mar, yo que creía que sabían cuidarse solas y resulta que no, que necesitan un vigilante marino para trasnochar entre las rocas, y bueno, lo cierto es que han insistido tanto que al final, he firmado el contrato esta tarde, antes de que se arrepientan.

Así que, además de tener un plan, tengo un contrato de guardiana. Y ya veremos si no llego a sirena. Quien me lo iba a decir, a estas alturas y semejante plan...

En fin, que todos los sepan, y lo celebren. En la ciudad ya han declarado las fiestas.
Tengo un plan.

Y ya me están saliendo escamas.
Y cómo mola

10 octubre 2006

Un tren

He cerrado con llave la casita azul.

Y la luz dulce del atardecer estaba tiñendo tanto de oro las paredes que no me queda más remedio que imaginar que van a convertirse en mi ausencia en el manto dorado que un día recubrieron las pirámides de Egipto.

He cerrado la puerta. Y sé que he de regresar y empaparme de ese oro de la tarde muchas otras tardes más. He de volver a amasar el pan y al deleite de las noches de amor y helado de vainilla.

Pero hoy estoy aquí, en la estación

Y quiero coger un tren, rumbo a un destino que no conozco.

Aun estoy aturdida viendo los trenes ir y venir. Unos aparecen de pronto, lejanos como un punto perdido en el horizonte, naciendo de tan lejos que los mapas que conozco se terminarían y no encontraría su procedencia. Y otros se alejan tanto que me asusta no llevar suficiente batería en mi equipaje de mano.

Y sigo viendo los trenes pasar. Sin saber todavía cuál me está esperando. Yo también estoy esperando la señal, y tengo mi mejor vestido puesto, y las flores que lo adornan están tan exultantes que la primavera debería despertar.

Y una vieja música, la de Bach, suena, aunque todo esté en silencio. Siempre, siempre suena Bach, lo decía un amigo mío, aunque no se le oiga. Y las voces de los niños que saltan de júbilo se mezclan con mi excitación antigua, con la ansia de descubrir si sabré por fin, cuando el viaje concluya, de dónde vengo y cual es mi destino.


Acabo de subir a este tren, rumbo a un destino que no conozco. Lo he tomado por el aroma a incienso de sándalo, que mezclado con el de las flores de mi vestido embriagaba hasta morir y por las sonrisas de las azafatas, que, por una vez en la vida, parecen satisfechas con su trabajo. Y porque los asientos parecen tan mullidos que es posible que aguante hasta el final del trayecto quieta y sin rechistar.

Aunque hay buenos presagios, no he preguntado adónde se dirige.

Pero sé que allí, en el destino al que voy, hay rincones donde noviembre acaricia con la nieve las tejas que cubrirían felices nuestro balcón. Y la lluvia sabe a fresas, y las noches son tan largas que es imprescindible ocuparse de hacer un buen fuego.

Si quieres, puedes encontrarte con las raices profundas de los cedros centenarios, y de ahí unas manos mágicas te llevan a sumergirte en los fondos abisales de los océanos a conocer criaturas que aún están por descubrir.Yo voy a hacerlo, estoy decidida. Y después, ¡ ay después!,
daré un salto tan grande, tan grande, que el águila que habita las cumbres más altas me recogerá con sus zarpas y me invitará a cenar en su nido.

Y aprenderé de ella a ser libre. Y a estar alerta. Y a agudizar la vista. Y a cazar ratones. Que para eso me voy de viaje, para conocer otras vidas.

Y con mis alas desplegadas, y mis raices alimentándose del fondo del mar, donde ya no naufragan los barcos, grande, expandida, crecida de mí como las avalanchas naturales del deshielo que traen buenas nuevas, volveré a la dulce casita, a nuestra dulce casita azul

a soñar entre tus brazos
con trenes que me llevan lejos, muy lejos de aquí. Rumbo a mi destino.

06 octubre 2006

La bella durmiente


La bella durmiente
mira de frente
la rueda de su destino









En el tiempo en el que todas las promesas aún están por cumplir, resulta que es fácil distraerse. Después también, pero lo cierto es que las señales se presentan una tras otra, como en un desfile cirquense y quien quiere distraerse sabe que tiene que ignorarlas.
La bella durmiente todavía no distingue las señales. O quiza las distingue tan bien que le fascina el despliegue mostrado para disuadirle de coger otra ruta. Y es por eso que la vía alternativa, la que nunca debería tomar, (según dicen los otros, los que aseguran saberlo todo y silban y te miran mientras escupen soberbia, dándote por perdida si te atreves a encararlos), se vuelve irresistible, la atrae como si le inyectaran los días certeros de pompas de jabón que suben al cielo y explotan ante la vista de los que aún contemplan las nubes.

Gira la rueca, y gira y vuelve a girar.

Parece tan fácil, tan rutinario, parece tan quesehacesolo que canta, canta y ríe feliz, ajena a las sombras que están midiendo su talle. No conoce el peligro, o tal vez sí, quién puede saberlo si en sus ojos hoy están brillando miríadas de estrellas vírgenes. Conoce bien el peligro, entonces, pero las estrellas tienen su propia danza y están naciendo las galaxias a su alrededor.

Demasiada belleza para decir no.

La bella durmiente gira la rueca. La bella durmiente está sangrando. La bella durmiente ha caído, dulce, serena, con una conquista en los labios y un triunfo en el corazón.

Y ahora, no quiere dormir. Pero el estigma de los malditos ya ha tocado su frente.

Dicen que ahora sólo queda esperar, que el castigo viene sólo y esto se resuelve con el tiempo, cuando todos olviden, cuando a nadie le importe ya que hubo quien se atrevió a girar la rueca, a desobedecer el mandato, la encomienda, y se atrevió a caminar descalza por las cuevas de la esperanza. Pero el tiempo, maquiavélico, se ha detenido bien a conciencia, y nada de lo actualmente presente parece tener poder suficiente como para darle cuerda de nuevo.

Como era de sospechar, la bella durmiente tiene frío, y nadie viene a arroparla. Y no será ella quien proteste. Ni quien suplique piedad. Simplemente se revuelve en su urna de cristal, y acaba de caérsele un sueño de entre los mechones de su pelo. Y a su alrededor, todos duermen, y los que presumían de saber todas las respuestas, reconocen borrachos que jamás se plantearon dudar.

La bella durmiente está sola. Como siempre, desde siempre. Y yo diría que no duerme tanto. (Quien no cree merecer un castigo, puede que no tenga que sufrirlo).

La bella durmiente decide.

Y el tiempo, planifica su venganza.

La bella durmiente no espera.

Le están saliendo espinas entre los pliegues del vestido, y dicen los que entienden del tema que la próxima primavera se convertirá en rosal.

A ver quién se atreve a condenarla entonces.

03 octubre 2006

Hay un desierto


Hay un desierto en el mundo donde las metralletas no duermen.

Hay un helicóptero que se dirige a Uzbekistán en busca de consuelo.

Hay un cielo que se cuaja de estrellas y llora ante la miseria. Pero en el desierto las lágrimas se secan altivas, y las tormentas que se avecinan son de arena y arañan la piel como un gato herido.

Hay una distancia, y luego un abismo, y luego una voz que grita.

Hay unas manos que reparten comida, y taladran carreteras, y quitan los mocos a los huérfanos. Y cuando llega la noche, teclean escondidos buscando un rincón en el mundo donde la luz de otros es tenue, y suena Frank Sinatra y quieren bailar, pero las balas pesan demasiado, y el uniforme también, y los viejos recuerdos de pérdidas fluyen, pero son dulces a veces y consuelan. Al menos los primeros 3 segundos.

La hélice está girando, y dicen que los italianos están teniendo problemas.

Y esta noche los racimos de deseos no podrán abrir la casita que espera al pie de la playa, vacía sin el aroma tan familiar, tan amado, añorando el reencuentro húmedo de la piel del mar.

Las manos olvidadas tienen voz. Y tienen pañuelos para consolar a otros. Y tienen caricias a punto de explotar, pero están muy lejos, y apenas me llega la conciencia, y el tiempo cotidiano para saber de su existencia.

Hay un soldado que grita, y sabe que sus manos no deberían obedecer todas las órdenes.

Hay un soldado que llora, lejos, bien lejos, mientras cruza la frontera. Y sus lágrimas golpean hoy la arena de mi corazón y si sigue así me van a crecer flores en el pecho.

Hay un soldado que a veces ríe, y su risa entonces se convierte en la esperanza del mundo, de la vida, y atraviesa el desierto y golpea mi ventana y le hago un hueco aquí, entre las flores, para que se acurruque y duerma soñando con su pequeña casita al lado del mar. La pequeña casa que nunca será mía.

Y su risa y la mía se unen, y sus lágrimas y las mías se mezclan y puede que hoy llueva lejos, allá lejos, cerca de Uzbekistan.

Y luego amanece, y el mundo sigue en pie, como ayer.

Hay muchos desiertos donde las metralletas no duermen por la noche. Quizá demasiados.

Pero hay un soldado que trabaja para mí, y mientras él gira la hélice yo afilo mis tacones.