27 noviembre 2006

Si espero un rato...


Si espero un rato se me pasa

Tan sólo he de permanecer quieta, con la respiración suave, calmada. Buscar en alguna parte de mi cuerpo el latido del corazón, y escuchar su canto. Saber que sigue funcionando independientemente de la congoja, del abandono, del miedo, del dolor. Que es más poderoso que mi deseo de pararlo, que mis ansias de descansar. Que lidia con agujas en las arterias, pero las disuelve con milagros, con su martilleante ritmo de vida y futuro. Quedarme tranquila, que él hace todo por mí en estos días. Mi maltrecho corazón, mi malherido corazón, lo quisieron desgajar y no pudieron, y aún tiene más garra que yo, y mantiene altivo su latido.

Sólo consiste en esperar un rato, un rato más.

Prepararme un café y deleitarme en su sabor. Sentarme en el sofá, y esperar que mis gatas se suban encima, con ese salto tan gracioso que dan, y busquen mi mano, descaradamente, para que las acaricie. Y maullen si les hablo, contestándome en ese idioma gatuno que no soy capaz de entender. Sentirme de caricias necesarias y de calor buscado en estos días en que desperdicio ausencias. Tomar una onza de chocolate, y comprobar que no todo lo amargo es desconsolador. Y justificar el nudo del estómago con lo bien que sabe.

He de permanecer atenta, y asomarme a la ventana justo cuando el sol se está poniendo, para ver que una tarde más, el cielo sigue su ciclo y no se ha derrumbado. Y comprobar que, independientemente de las sombras que rodean mi perspectiva, la belleza se sigue exponiendo con su descaro habitual, vamos, que el atardecer ni lo pinto yo, ni depende de mi vaivén, por suerte.

Y proyectar cómo han de ser mis nuevos días, con sus nuevas noches. Y si la luna que he de ver será la misma que he visto hasta ahora. O por fín me enseñará su cara oculta. Y me contará quien la conquistó de veras por primera vez.

Si, tan sólo depende de dejar que pase

Que pase este silencio, que caiga este muro, que se manifieste el mapa que he de aprender de este nuevo continente que he de conquistar ahora que la batalla se acerca. Ahora que la cruzada vuelve a ser en solitario, ahora que he de enfrentarme, sin espada ni escudo, a lo que contiene la caja que se destapó. Y que no tiene cierre posible. Que aparezcan las señales, y que sean claras, porque de veras, en este instante en que se duermen los sueños, me siento perdida.

Aunque si espero un rato,

se me pasa

22 noviembre 2006

Sueños rotos

Los sueños no terminan.

Alguno, quizá, simplemente, se ha muerto de amor. O de desesperanza. O de deseo. O de olvido. O ha caído triturado ante las apisonadoras que prometían allanar los pasos.

Y otros cogen las riendas de los caballos salvajes y están galopando entre galaxias nuevas, y sé que tengo que apurarme si quiero alcanzarlos. Hace tiempo que corté la cabeza a la medusa, y vi nacer a Pegaso de su sangre. Iridiscente y poderoso, relincha y me llama, y siento su aliento en mi cuello, susurrándome que ha venido a buscarme para llevarme al cielo que me pertenece.

Pero estoy lidiando con una mala sombra. Una que llevaba tiempo de guardia en mi puerta, que ya no es mía, y me arrebató las botas de montar. Y me dispara bolas de fuego, a mí, que nunca usé escudo, que nunca creí que fuera a hacer falta. Rompió los espejos para que no la viera, a ella, la mala sombra, y de frente siempre mostró una sonrisa. Anoche derrumbó la casa, y he tenido que dormir entre escombros. Las últimas rosas del otoño murieron entre mis manos. Ahora sólo quedan sus espinas. Clavadas en mi piel. Mi corazón está bombeando cristales rotos, y mis dos gatas se arrebujan inquietas en mi mochila y me piden que les de un nuevo hogar.

Rescaté de las inmediaciones, mientras se abrían los abismos ante mis pasos, el atrapasueños que el ángel custodio de ojos mágicos dejó en Villafeliche cuando vió el peligro. Aún conservaba mis sueños intactos entre su red hechizada, la única herencia con la que he de partir, con la que he de recomenzar. Y prometí al ángel, en un gesto de gratitud infinita, contarle mis sueños, esos que tuvo que conjurar para mí.

Y muy pronto he de cumplir mi promesa, cuando los días brillen de nuevo, y en mi balcón luzcan los renacidos rosales. Cuando haya calor en mis ateridas manos, y empuñe otra vez la pluma de la fe. Y pueda cantar canciones, y bailar sin ton ni son. Y cocinar como solía hacerlo. Y reir sin parar. Cuando tenga algo más que la lluvia pasada para regar mi esperanza. Y la niebla que adoro me visite este invierno, allá, dondequiera que vaya a vivir.

Asoma el coraje. Voy recuperando las fuerzas.


“Días futuros que habéis de llegar, esperad un instante que me recomponga el pelo, y sacuda las ruinas. Sé que se acabó el tiempo. Que he partir.”

Y Pegaso espera

17 noviembre 2006

Llueve

Los días de lluvia a veces traen recuerdos.

Recuerdos de campanas, cuando aún veía el Pilar, y era niña, y todo era nuevo, y contemplábamos la tormenta en la noche, sentados alrededor del balcón, proyectando nuevos futuros a golpe de truenos. Y el resplandor de los rayos, cuando iluminan la bóveda ausente, y se asoma ese enorme vacío que nos rodea, ese cielo prometido al que, de ser así, no estoy segura de querer ir.

Los días de lluvia me traen mis cuadros, y se monta una exposición. Y añoro hasta que duele cuando pintaba aprovechando la luz difuminada. Y cuando el olor de la tierra mojada, y del rosal del patio, allá por Soria, se mezclaba con el óleo y el disolvente, y yo creía morir de placer. Y escuchaba a Fito Páez, y cantaba con él, y aún no sabía que habría de quererte tanto, y daba una pincelada más. Después de la lluvia, un paseo, y creo que hubo días que me atreví a volar. Al menos, eso contaban.

Me trae tu voz al teléfono, cuando me llamabas desde la esquina porque te habías olvidado el paraguas. Y con la excusa de no mojarte, rondabas mi casa, y mi salón, mis faldas y mi pelo, indiferente, como si la lluvia no la hubieras provocado tú, mago del tiempo, para rozarme la piel una vez más. Me trae el recuerdo de un niño que juega con mis canicas, y con mis gatos, y que me abraza sin saber quien soy. Que me presta su sonrisa, y su futuro, y me devuelve un adolescente diez años después.

Los días de lluvias me traen las tardes de colas para ver el ciclo de cine francés. Y todo era fácil, aunque no lo era, porque éramos tan jóvenes, y nos creíamos invencibles por haber sobrevivido al dolor. Como si ya no fuera a volver. Nunca más. Y nos sentábamos muy juntos, y nos reíamos como si nos fueran a pagar. Y comíamos Toblerones, (¿recuerdas?) , y se nos derretía en la boca, y yo me manchaba la blusa, siempre tan torpe y no tú no podías dejar de reir. Y los paseos en coche, después, con el limpiaparabrisas entonando los secretos que no pudimos guardar. Dulce lluvia que nos recogía en dos asientos, del que sobraba uno, mientras hacíamos kilómetros y kilómetros huyendo de la ciudad. Me trae el silencio también, y tu respiración. El hambre que nos entraba, y lo tarde que se nos hacía, y la lluvia seguía cayendo, testigo intermitente de un reloj que no dejaba de avanzar.

Los días de lluvia, después de todo, a veces, me traen poemas, y un puchero de mi madre para cenar. Una luz en una vela, y un anhelo por cumplir. Tus pies descalzos en la arena, y los miles de pasos que nos quedan por dar. Me traen el futuro, el que ha de venir cuando el cielo se abra y escampe, y milagrosamente brille el sol. Y me siento a esperarle, y voy tejiendo mientras, entre mis manos, para que arrope mi pecho, una nueva ilusión.


Hoy llueve, pero no llegan los recuerdos. Los espero y los invoco, y un mal presentimiento me dice que no han de venir. Se acabó el consuelo entonces. Hay un vencejo que desde ayer golpea mi ventana, y un rayito de sol que no se puede asomar.

¿Se habrán terminado los sueños?
Quiero creer que no.

13 noviembre 2006

Ayer

Ayer compré cuarto y medio de coraje. Por la tarde no me quedaba ni una pizca. Si supiera mentir bien tendría que decir que me lo robaron los pájaros. Pero lo cierto es que me lo bebí de un trago. Y me quedé tal cual. En fin... volví a comprar, y dejé al distribuidor sin suministros. Tuve que desprenderme de mi coraza para saldar la deuda.

Tengo la despensa llena.

Ayer quemé los rastrojos. Ahora huele a incendio. Ayer agoté las excusas para seguir en pie. Pero esperé dos segundos más y me visitó un milagro.

He cruzado un par de semáforos en rojo, y he sido golpeada por camiones locos. No me he detenido ante las señales, y he sido perseguida por sirenas. Voy sin faros, y los frenos chirrían. De la chapa, ni hablamos. Pero la rueda sigue girando. Y todavía no me han declarado siniestro total. Dudo que me multen por conducir deprisa. Me encanta disfrutar el paisaje.

Creo que aún no ha nacido el caimán que ha de comerse mis pasos.

Espero tener el tiempo suficiente para que se me cuajen los sueños que estoy batiendo en esta segunda tanda. Porque los de la primera, se me cortaron sin previo aviso. Supongo que la ilusión no era de buena calidad. O quizá falló el tempo. O el orden. O el desorden. O las noches sin dormir.

Espero no ser detenida en los aeropuertos tras descubrir que compro de contrabando, y además para traficar, la entereza por kilos. Todavía hay pasos vírgenes en mis pies anhelando bosques de laurisilvas. Y los faros del fin del mundo esperan ver el balanceo de mis remos.

Y quién sabe si alguien firmará de aburrimiento, o de fe, el indulto que me salve.

Gracias a las dudas conocí la certeza, y gracias a la certeza, aprendí a dudar.

Y la hoguera ya quema mis pies.

No siempre hablo de mí. Y no cuento todo lo que sé.

Conservo entre mis secretos favoritos un viaje en coche a la ciudad del olvido, donde las murallas me escondieron. Y no callo todo lo que debiera, pero sé que en la mayoría de las ocasiones, no debería callarme.

No sé si cruzaré todos los puentes, pero dudo mucho que alguien sepa a ciencia cierta todos los que ya he cruzado. O los que sueño cruzar.

Lo que sí sé es que te arroparé si tienes frío.

Y que estoy volviendo a cantar.

07 noviembre 2006

Hay días

Hay días en que me levanto a oscuras y espero el amanecer. Abro las ventanas, por si la luz quiere anticiparse, y busco su reflejo de reojo, para ser su primera expectadora. Otros días, en cambio, alargo y alargo la noche, y sus sombras se prolongan hasta tocarme la piel y los huesos, y, como una dama esquiva, me retiro antes de la claridad, para que no se pierda el embrujo.

Malduermo entonces, inquieta, y todavía sueño que recupero mi infancia. Y me pongo mis pequeños zapatos negros de charol, y mi vestido rojo de lunares, suelto las dos coletas que nunca quise llevar y me acerco corriendo al parque Bruil, a liberar a la osa que se volvió loca en una jaula. La llevo en mi cuna al Bierzo, y le juro al oído que su osezno nacerá libre, y que los dos jamás van a cruzarse con nadie que vuelva a apresarles. Y le regalo, antes de despedirme una cajita con las lágrimas que lloré al verla, para que recuerde que no todos los que la visitaban disfrutaban con su dolor. Y entonces mi infancia me besa, y la niña que nunca fui, por fin se pone a jugar.

Me despierto feliz, y, sorprendentemente estos días (sí, sorprendentemente), me maravillo de la especie que me contiene, sobre todo cuando desfilan ante mis ojos los milagros cotidianos como los carteles de los bancos, que se reconvierten en la palabra de dios dicha y hecha obra exclusivamente para mí, o las palomas que presagian la presencia del que ha de venir, o los escenarios vitales que representan teatralmente, mientra voy al trabajo, la incertidumbre que me está consumiendo y que me resta la quietud. Entonces, esos pequeños gestos hinchados de un afecto reconocido y descarado me hacen reir y dar las gracias por seguir viva. Modifico ligera mi agenda, me doy un baño bien caliente con el perfume carísimo de los domingos, y me preparo una buena taza de café, me subo a mis tacones como quien asciende a un podium, y me dispongo a saludar al mundo con mi mejor canción.

Pero aún quedan días en que hacer un recado se convierte en una tortura. La sola idea de tener que entablar conversación con un desconocido en tierra ajena y reconocer una carencia, o una necesidad, o simplemente, un deseo, me hace sentir infinitamente vulnerable y perdida. Otros, sin embargo, le contaría mis secretos más íntimos y despiadados a cualquiera, y aprovecharía su primer descuido para robarle su plan de detenerme. Inalcanzable y poderosa. Como sólo yo puedo ser.

Y debería, esos días, por ley, salir en la página de sucesos, pillada in fraganti espiando vidas ajenas, con un arma en la mano, voyeur insaciable de la intimidad prohibida. Otros, en cambio, debería aparecer con las esquelas, fallecida de desesperanza, de hastío, de vergüenza por tanto sufrimiento de pertenecer al género humano. La mayoría de las veces, sin embargo, apenas me llega para salir en la tira de humor.

Hay días en que definitivamente, debería escucharte. Y seguir tus pasos. Comportarme educadamente, hacer lo que se espera de mí, lo estrictamente correcto. Debería encajar en las esquinas, y limar lo que me roza. Cumplir con el decreto, con el mandato apoyado en mis hombros desde que se escribieron por primera vez los genes, que me obliga a seguir la tradición.

Pero no puedo. Un grito desgarra mi pecho, un ansia de mí misma, de ahondar más y más, de no estancarme antes del final, cuando perezcan los días, un incauto imán de abismos desconocidos y de noches escondidas, hace que zozobre y modifique el rumbo. Y el océano me traga, o quizá tan sólo, me está reteniendo contra él. A pesar de él. Encima de él. Compañera de él. Infinita como él. Insondable como él.

Hay días en los que no quiero verte más, va en serio, y otros en los que sé, con una certeza innegociable, que no podré vivir sin ti.

03 noviembre 2006

Reajuste

Me está doliendo el reajuste.

Este crujir antiguo de huesos, este peso que me pesa.


Me está doliendo el dolor del mundo, aquí, apoyado sobre mi hombro. Este cargar infinito con la esperanza perdida. Me duele entonces, la desesperanza, y tu ausencia repetida.

Me duele el silencio. Las noches sin fin esperando tu voz. Me duelen las lágrimas que no he llorado, y las que anticipo por los huérfanos ante el televisor.

Me duele el movimiento, no sé si podré evitarlo, y escribir, en estos días, parece un exorcismo.

Me están doliendo las malas posturas, el trabajo torpe y cansino del pasado perdido sin fe. Me están doliendo los insomnios de niña, los días de angustia que malviví a tu lado. Me duelen los portazos, los noiré, y los nosirvesparanada como si fueran dagas punzantes que, pese a los años sin oirlos tras la huida y el renacimiento, aún se clavan en mi hombro. Me duele el esfuerzo, sostenido e inútil, por arrancar una sonrisa más de quien no la tenía. Y su aprobación.

Duele el enfado, y el desaire de los ángeles. Duele el rechazo infinito de la salvación. Duele el temor de dios grabado a fuego en los genes, la falsa moral, la hipocresía de nuestros tiempos. Y la del pasado. Duele la muerte de los emperadores que se quedan sin marcha por el deshielo y la berrea de los ciervos que tendrán que cantar a sus ciervas en los campos de golf.

Me duele el futuro, y mi fuerza. Las promesas que no podré ver cumplir. Me duele esta entereza que me sostiene, este saber estar, esta solitaria dignidad aprendida a puro golpe con la vida, y en días como hoy, sólo quiero un hueco donde acurrucarme, si puede ser, con una mano acariciando mi pelo. Y que alguien cocine para mí.

Duele el dolor, pero dicen que es bueno. Que libera. Que estoy aprendiendo a ir derecha. Que mi cuerpo se tiene que acostumbrar a la rectitud, al equilibrio y a no caer ni en vicios ni en malas posturas. Que en un tiempo, todo habrá pasado, y estaré mucho mejor...y que mis huesos recuperarán su posición correcta y dejarán de crujir. Pero las banderas que sostuve inclinaron mi peso, y a veces, aún echo de menos la batalla. Y la pasión. Me siguen doliendo tus palabras a ratos, es cierto, pero puedo jurarte que me duelen mucho más tus silencios.

Y la lluvia de este otoño tardío está cayendo sobre mí, lluvia fresca que empapa mi tierra, donde aún tienen que agarrar las semillas a escondidas. Lluvia que trae el sabor de las nubes, y el gélido aire etéreo del cielo. Y cae sobre mi cara, y emborrona mis ojos, y de puro anhelo de ver más allá, está resbalando también mis pasos.

Pasos cansados que quieren pinzarse y que debo corregir para poder darlos. Reajuste de cuerpo y de alma, cómo duele tu proceso. Me estás atravesando sin piedad, sin ninguna misericordia, devolviéndome el dolor de las espadas que me mataron y los siglos que tuve que vivir sin ti. Cómo pesa esta armadura, y la incertidumbre de no saber si podré continuar al descubierto.

Y cómo duele la hoguera donde ya me he consumido, y la mirada de los que me juzgan sin saber mi nombre.

Pero el ave fénix renacerá. De eso no tengo la menor duda. Y volveré a volar.

Espero que recta.