24 febrero 2007

Renacimiento

Viaja una estrella desde tiempos remotos y se está preparando para explotar. Hoy me he asomado a la ventana, a mi nueva y abierta ventana, y aún cuelgan del cielo atisbos lejanos de su resplandor.


Y sueño con la niña que ha nacido prematura y valiente, y que se bebe el mundo como si ocultara el océano en sus ojos. Se izan las banderas de guerra a su paso, y el puente flotante, de niebla y precipicio anticipa los muros que la han de resguardar. Juega con mis manos, manos que sostuvieron espadas antes de partir, antes del disimulo. Serena de viento y promesas, nadie más habrá de contenerte.

Que se preparen las señales, que se preparen los imposibles, que se preparen ante las cuadras desmanteladas, los unicornios en los que ya cabalgué. Que se preparen los himnos, y que el banco que quiso hipotecarme implosione de certezas.

Afilad las trompetas, que alguien de paso ligero está rompiendo su destino.

Y cantan también extraños pájaros, las letras redescubiertas entre los brotes prematuros de la primavera.

Palos secos que germinan ajenos a las bombas que revientan las botas que hace tiempo pulí.

Y un soldado, esta noche, velará la muerte y mi puerta, llorando. Y no podré acunarlo en este pecho en el que amamanto los pasos que sueño dar. Abismo insondable de roca y arena... ¿qué hay que hacer para saber de ti?

Se desploman las nubes negras.

El mal tiempo concluyó.


Imagen: Camelot, de Gustave Dore.

20 febrero 2007

Orden



Un vago sentido de orden emerge de cualquier observación continuada de la conducta humana.

Skinner, 1953


Imagen: Paula y Laksmi.
Definitivamente, yo encuentro mi orden durmiendo. De eso, cada vez tengo menos dudas...
¿Cómo lo encuentras tu?

13 febrero 2007

Paracaidistas

Me gustan los paracaidistas porque vienen del cielo

y traen arneses a los que agarrarse.

Me gustan porque casi casi vuelan, y porque parecen acostumbrarse a saltar al vacío. Y no les paraliza el desconocer si habrá tierra mullida o una roca dura bajo sus pies. Porque un día superaron su miedo ancestral y confiaron en la anilla que iba a concederles la danza mágica de dorado celeste al atardecer.

Desconozco si en el descenso, al contemplar la creación, llorarán emocionados, o simplemente se dejarán mecer por las nubes. Y si algún ser querido, de los que ya emprendieron el vuelo, les recordará en un susurro que algún día también podrán prescindir del paracaídas para surcar el cielo. Desconozco su impulso, y el motor que los hace tan intrépidos. Pero aplaudo sus ganas, sus risas locas y su miradas perdidas en el horizonte al tocar tierra otra vez.

He visto paracaidistas que se acercan envueltos en guirnaldas de flores de las cumbres de donde nace la lluvia. Y son porteadores de las botellas con los mensajes que aquella vez lanzamos al mar. No sé si llevarán también la mía, y lo cierto es que no me importa. He visto como en el descenso descorchaban nuestra esperanza y se la bebían a tragos. Brindemos entonces por las nuevas palabras, renacidas, que cantaran los coros invisibles del cielo, una vez que hayan aprendido nuestras letras.

Me gustan los paracaidistas, porque tienen perspectiva. Y una visión panorámica de lo que les aguarda. Y pueden disfrutar viendo la tierra reseca al recibir ansiosa el fruto de las nubes que ha de nutrirla. Y los ríos cuando manan, y el estruendo del deshielo. Y como compañeros de viaje cuentan con las águilas y su libertad. Y si saltan en grupo forman círculos y parece que danzan. Se dan la mano, y se deslizan por las corrientes. Y no dejo de preguntarme cómo pueden tener tanta y tanta confianza en el salto. Y qué sentirán cuando el viento sostenga la planta de sus pies. Y si tuvieron que pedir, en algún sitio, permiso para aterrizar.

Me gustan los paracaidistas, porque se dejan caer.

Y traen entre sus pestañas las visiones de lo que ha de venir.



Ha aparecido un arco iris lejos, allá lejos, ¿puedes verlo?

Imagen: Oberon, de George Baselitz

08 febrero 2007

La rehabilitación

Un mal golpe imprevisto, y en cinco segundos mi vida cambió. La ambulancia vino rápida. Yo escuchaba cantar los pájaros desde la camilla, y pensé que a esas horas deberían haberse ido a dormir ya. Aunque es posible, ahora que caigo, que no cantaran, que fuera una melodía imaginada, o tal vez yo misma cantaba, y que quisiera estar en algún lugar donde, pese a todo, aún había motivos para entonar canciones. Dulce vuelo de atardecer, cuando las golondrinas baten las nubes y generan hogueras musicales. En el hospital tuvieron que darme algunos puntos en el corazón. Corazón herido una vez más. Sangraba mucho, y su latido, en el pecho, recordaba a las emisoras mal sintonizadas. Podría parecer insoportable, pero apenas me dolió. Supongo que conseguí anestesiarme proyectando futuros llenos de luz. Dijeron que no era nada para lo que podría haber sido. Que tuve suerte. Que otros corazones, con golpes más pequeños, se resienten mucho más. Que mi constitución es fuerte, y que el corte fue limpio. Que me cogieron a tiempo. Y que tengo un espíritu luchador, que no parece querer rendirse, y que eso es lo que me ha salvado de un daño mayor.

Ahora mi corazón está en rehabilitación. Dicen que podrá recuperarse del todo, que contra todo pronóstico, no quedarán secuelas, y que en breve tiempo, siempre y cuando haga los ejercicios que me manden, volverá a funcionar como siempre.

Evidentemente, no puedo comer nada que tenga culpa, dolor o resentimiento. Ya me imaginaba que esto me lo iban a prohibir. Tampoco puedo permitirme ni desilusiones, ni malos ratos. De torturarme con ideas de baja autoestima o de incapacidad, ni hablar. Han sido muy estrictos con esto. Dicen que ahí está la clave, ellos sabrán. Y de vez en cuando, pero sin abusar, puedo beber un poco de llanto, pero hasta eso me lo han limitado a una vez por semana. A ver si puedo, ya veremos.

Me han recetado un montón de pastillas, y me he vuelto extremadamente disciplinada a la hora de tomarlas. Quién me lo iba a decir, con lo poco que me gustaban antes los medicamentos... Tres rojas al día para estimular mis ganas de dar besos de nuevo, dos verdes después de cada comida para digerir bien la esperanza, dos azules antes de la cena, para volver a soñar. Al amanecer me pongo unas gotas para que mis ojos se enfoquen bien en la belleza que me rodea, y antes de ir a dormir, tengo que tomar una cucharada sopera de jarabe, (con sabor a fresa, todo hay que decirlo), que actúa directamente a nivel neuronal y me llena de pensamientos alentadores. También me han dado un inhalador, por si me da por recordar malos momentos o por ponerme triste, para que rápidamente se abra mi pecho y entre la poesía directamente al torrente sanguíneo a descongestionarme el alma. Cada vez que lo utilizo, me da la sensación de que el cielo me quiere, no sé explicarlo mejor. Juraría que crea dependencia, pero no voy a decir nada, no sea que me lo quiten. Me recomiendan llevar siempre conmigo unas cápsulas de ternura, y de momento, con éstas, no me han puesto ningún límite. Puedo tomar al día todas las que quiera.


Tengo que caminar hacia mi futuro, dos horas cada mañana, y sin mirar atrás. Y tejer nuevos planes y abrigarme bien con ellos al salir. Para que ninguna corriente de desaliento pueda contracturarme, que aún estoy delicada para exponerme a los malos vientos así como así. Pero que si voy protegida, no hay peligro. Todo lo contrario, parece ser que me va bien, fíjate tú.

Y para terminar mi rehabilitación, como última tarea, o encomienda, que casi parece más una prueba iniciática que una recuperación, dicen que debo abrazar todos los días a alguien, para que el corazón vuelva a querer, y no coja el vicio de ser desconfiado.

Todavía no me atrevo. Y es por mi timidez.

Creo que necesito voluntarios.

02 febrero 2007

Recuerdo

Recuerdo la luz. No recuerdo la canción. Recuerdo el sitio, y cómo estábamos sentados. Recuerdo el olor. Cómo lo recuerdo. Siempre recuerdo el olor. Lo que más recuerdo de ti, lo que perdura siempre, es el olor. Ya lo sabes. Recuerdo también tus ojos, mirándome sin quererme mirar. Recuerdo que querías no estar. Que querías no haber estado. Recuerdo que ante todo, querrías haber estado. Recuerdo que te arrepentiste de haber estado. Perdón, que nunca te arrepentiste de haber estado. Recuerdo que te arrepentiste de no haber estado. Como yo. Recuerdo mirar tus ojos llenos de culpa, y no saber a quién culpar. Recuerdo que me sentí culpable. Que sentí culpa por tu culpa. Que hice tu culpa mía. Recuerdo que quisiste retirarte a tiempo. Hace ya tiempo. Y que no hubo tiempo. Recuerdo que yo también quise retirarme a tiempo. Y tampoco encontré el tiempo. Hubo tiempo después. Tiempo de culpa. Y tiempo sin tiempo. Recuerdo las ausencias. Y el vacío. Las alas de los ángeles azotaban entonces nuestra ventana. Nunca me creí del todo que aprobaran nuestro amor. Aún revolotean las plumas cuando me retuerzo de soledad al amanecer. Recuerdo que sus himnos generaban la niebla que nos procuraba esconder. Por no sabernos retirar a tiempo. Pero nunca quise retirarme. Tú tampoco. Recuerdo la encrucijada. Y el laberinto. Y el minotauro nos acorraló sin piedad. Los ángeles ahora lloran en un rincón. Recuerdo que sus cantos eran claros. Pero no supe entender sus mensajes. Recuerdo mis sueños de entonces. Todavía no sé cómo los interpreté tan mal.

Recuerdo que un día dejamos de hablar del futuro. Que empezamos a abrir paréntesis. Que no podíamos contener las ganas. Recuerdo que nos buscábamos por los rincones, y luego nos escondíamos para no robarnos el corazón. Para que no se notara. Para que pudiera seguir latiendo a su ritmo habitual. A su ritmo cotidiano. Pero nuestro corazón nunca tuvo un ritmo habitual. Ni cotidiano. Recuerdo tu voz. Ahora me suena terriblemente lejana. Y aunque mañana vuelva a escucharte, recuerdo que pensé que no podría soportarlo.

Recuerdo que mientras te despedías de mí, todas las puertas parecieron atascarse. Recuerdo que quería correr, quería correr tan rápido como para detener el tiempo y retardarlo, y retrocederlo, y cambiarlo, no sé, hacer lo que fuera, como fuera, hacer lo que hiciera falta para devolverlo al preciso instante en el que aún no te habías despedido, en el que aún no me habías dicho, esto sí parece definitivo ya. Recuerdo que me tragué las lágrimas. Recuerdo que me tragué el dolor. Recuerdo que tú también tragabas. Pero recuerdo que quería correr. Sobre todo, recuerdo que quería correr. Recuerdo que me imaginé corriendo, y que esa imagen consiguió aliviarme. Recuerdo que hubo un mundo donde yo empecé a correr, y el tiempo estuvo de acuerdo en pararse. Y en ese mundo las cosas me parecieron de otro modo. Recuerdo que las sombras me rescataron de la locura, y me devolvieron en volandas nuevamente aquí. Donde sólo quedan recuerdos.



Recuerdo que finalmente recordé que me abrazabas con desesperación. Que luchabas por retenerme un instante más. Recuerdo que entonces comprendí por qué.

Recuerdo incluso lo que nos estuvimos tomando.

Nunca un capuchino me supo tan amargo