23 junio 2007

Por venir

Una pasión fría endurece mis lágrimas.
Pesan las piedras en mis ojos: alguien
me destruye o me ama.
Antonio Gamoneda
Arden las pérdidas

Atravesé la tierra, llegué hasta el límite y me invadió la luz. Allí, sola de ausencias, me sobrevoló un ángel para avisarme de tu llegada. Ha desbrozado el camino, me ha mostrado las señales. Me ha cantado rituales mágicos de olvido y penumbra al oído mientras llenaba de marcas mi piel, piel blanca estigmatizada de cielo y cenizas que se eriza al recordar, y tuve que desvelar varios misterios para desenmarañar tu nombre. Después navegamos mares de luna y abismos, y después, cuando alcanzaba el fin de las horas susurró en mi delirio lo que estaba por venir.

Desplegó sus alas, y desapareció. Ahora amanece todos los días mi almohada con arrugas de alas. Abro la ventana, se desvanece su cautela. Y deja un nuevo mensaje, que me abraza de infinito mientras llaman al timbre. Eres tú con tu sonrisa. Y todavía no quieres pasar. Hablamos y hablamos, y tras los portales se preparan los incendios.

Preceden tus pasos las huellas que no te alejarán de mí. Baila conmigo la danza del futuro, cariño mío, que las certezas no acaban más que empezar. Difumina tus sueños antiguos con la luz del presente, que la rueda está girando. Aparta la distancia y la duda que es cierta esta inquietud, puedes jurarlo.

Vaciemos el armario de sombras, hagamos sitio para el amor.



Primera imagen: A. OSBERT. Visión. 1892.
Segunda imagen: M[1].MALLO. El racimo. 1944

13 junio 2007

Quiero escribir

Quiero escribir y no lo consigo. Se precipitan los acontecimientos y se amontonan los datos y la ausencia de fe. Me buscan las vueltas, y yo te busco a ti. No encuentran mis vueltas, y tú te escabulles entre los pliegues de mi enagua y los laberintos del tiempo. Quiero escribir en esta noche negra, y se nublan mis manos ante el fallido influjo de quien pretendió distorsionarme. Me han señalado con el estigma de la locura, y han intentado sembrar en mí la duda de mí. Pero poseo una cordura incierta, de esas que aterrizan en otros mundos paralelos y vuelven serenas a relatar visiones, y en la resaca de cada batalla me envuelven unos brazos como una manta de luz, brazos fuertes y seguros, blancos como el resplandor de las casonas del norte plagadas del roce de las estrellas. Suena tu voz en la madrugada. Y todo vuelve a fluir. Esta mala cosecha de sombra no dará más fruto que nuestras conciencias expandidas.

Pretendo escribir y no lo consigo. Vienen días de cambio y temblores, de trenes que horadan los campos y los recuerdos y cantan mi despertar. Se arrugarán las lanzas como cuerdas elásticas y rebotarán certeras de nuestros escudos a su origen.

Intento escribir y no lo consigo. Cuéntame el cuento que me prometiste, que un poco de ternura ha de hacernos un gran bien. Acurrúcame que me canso de ser tan fuerte, líbrame del temor de ti. Ampárame en el consuelo de este instante, no habrá un futuro mejor.

He atravesado el mar de dios y un mensajero me entregó su carta. Sea por siempre bendito el día que me reconoció. El mensajero me entregó la carta. Parecía un juego, pero entendí el mensaje. Ahora, el as de picas me pertenece. Mi suerte está cambiando.

Y mientras tanto, procuro escribir,


pero no lo consigo.


Imagen: E.DEGAS. Absenta.1876. Hace poco, en el mar de dios, un chico me regaló un as de picas. Dijo que tenía varias cartas, pero que la mejor era para mí. Y que podía usarla cuando quisiera y donde quisiera. Y que en ningún momento, olvidara que la tenía. La dejé en mi mesita esa noche, por si desaparecía con los sueños. Desperté, y no había desaparecido. Desde entonces, llevo un as conmigo, en la cartera. Espero no olvidarlo.

03 junio 2007

Los cimientos

Felices nuestros ojos y nuestros oídos que ven y escuchan. Sabed que reyes, papas, cardenales y obispos, abates y maestres han deseado ver y escuchar lo que vosotras escucháis y veis, pero ellos no lo han visto y no lo han escuchado y no lo conocerán jamás.





Busqué las alturas difuminando el límite entre la tierra y mi piel. Subí montañas, viví en áticos, contemplé el cielo abierto una y mil veces hasta creerlo mío. Me empapé de la lluvia como de las bendiciones y hablé con dios para preguntarle el por qué de su ira cuando me negaba el sol. Imploré hacia arriba, y mis pies fueron ligeros, y me olvidé de las raíces que encuentran a oscuras el alimento para la flor. Y di frutos de aire, que brillaban, sí, pero carecían del húmedo y profundo sabor.
Porque temía descender. Descender a las grutas de mí misma. Descender y encontrar mis cimientos a punto de desmoronarse, en pie a fuerza de un milagro y de mi intento. Descender y encontrar nidos de serpientes planeando envenenar el futuro. Descender y encontrar los fantasmas de los que se fueron dispuestos a rendirme cuentas. Descender y encontrar mi espejo, y no ver nada. Un rostro vacío. Un corazón vacío. Un vientre vacío. Y las telarañas del tiempo azotando mis sienes y riéndose de mí.
Tuve miedo mucho tiempo. Miedo de mí. Até mis manos para no sorprenderme, vendé mis ojos para no saber, tapé mis oidos, aunque las voces siguieron hablando. Tuve miedo y me negué.


Pero un día descendí. Supongo que para enterrarme o para reconstruirme. Supongo que en ese momento me daba absolutamente igual. Y de haber apostado por algo, hubiera sido por la primera opción. Pero descendí, es cierto, y encontré las columnas de alabastro en pie penetrando en la tierra firmes y certeras desde cientos de años atrás. Y supe de los laberintos que recorren el centro de la ciudad y de los templos ocultos bajo nuestros pasos. Y entendí por qué tengo la certeza de estar en mi lugar. Donde creí que habitaban serpientes, permanecía oculto mi origen.

Ahora sé que el miedo esconde algo entre sus fríos dedos de muerte revenida. Que refleja el terrible vacío que se origina al enfrentarnos con lo más grande que poseemos, con esa esencia de eternidad de la que no hemos de desprendernos y que perfuma nuestros días, y algunas noches sin luna también. Que viene con militares pasos certeros, que asedia nuestros sueños y los convierte en pesadillas, y que cuando le preguntamos quién eres se escabulle entre las casualidades (y deja una estela de luciérnagas resplandecientes) porque nadie le enseñó cuál es la respuesta. Por fin entiendo cuando me decías que mi mayor fuerza y mi mayor poder residen en mi oscuridad.

Creí caminar sobre una sima interminable. Pero me equivocaba. No hay abismos donde vivo.

Siglos de sombras, misterio y secretos me sostienen.

Imágenes: Los cimientos de la casa donde vivo. Ocultos a la mayoría. A mi alcance. Disculpad la mala calidad de las fotos, no muestran ni la mitad de la grandeza del sitio. Al día siguiente de conocerlo, alguien que no tenía ni idea de nada de esto me dijo: "Hay que bajar a las catacumbas antes de salir al foro". Todavía no sé qué pensar. O quizá sí.