29 septiembre 2006

Centrifugando el instante

Lo malo que tienen las lavadoras es que no se ponen solas.

Siempre es el mismo protocolo: hay que mirar el cielo, porque si no tienes secadora, de nada sirve poner una lavadora si luego le va a caer la lluvia, o la nieve, el granizo o, quién sabe, una tormenta de arena. Hay que mirar el cielo, da igual si vamos a poner una lavadora o no. Hay que mirar al cielo. En cualquier caso. Y si vas a poner una lavadora, es imprescindible.

Después hay que recoger la ropa sucia, sin hacer demasiadas preguntas, recoger la ropa sucia y revisar los bolsillos, por si se nos ha quedado algún recuerdo digno escondido entre los pespuntes. Si no es digno, en principio podría parecer que da igual, que se puede perder y tener un idilio con el suavizante. Pero no, aquí, una vez más, hay que aplicar la cordura y revisar. Revisar y rescatar del giro loco del centrifugado las entradas del concierto del fin de semana, o el resguardo de la tintorería, o, si estamos a principios de mes, un billete de 20 euros que nos puede dar todavía algún casto y brevísimo alivio. Hay que revisar. Aunque algunas veces quisiera centrifugar los recuerdos, o pasar por el suavizante el billete de 20 euros, incluso lo contrario, centrifugar los 20 euros y pasar por el suavizante los recuerdos, pero la maldita cordura me atrapa y me ata a esa serie de actos precisos y efectivos que llamamos cotidianidad. Pues eso, que hay que revisar. Sin hacer demasiadas preguntas. Que la locura siempre acecha, incluso entre los pespuntes.

Y dividir por colores. Se hacen dos montones: la ropa blanca y la ropa de color. Pero claro, como no todo es o blanco o negro... ¿en qué montón se pone la camiseta de rayas? ¿Y las sábanas de flores? Y una vez más, lo que podría o debería ser un acto automático por su nimiedad, se convierte en un acto reflexivo, y una vez más todo un circuito neuronal debe ocuparse de decidir en qué puñetero montón se debe colocar la camiseta de rayas, que bendito el día que se me ocurrió comprarla, por no hablar de las sábanas de flores, que luego cuando se apaga la luz da igual si son de flores o lisas y lasas, y oye, la ropa lisa, al fin de cuentas es la que menos problemas da y la que mejor queda ¿no?... Vaya, pues que da lo mismo ponerlas en un montón o en otro, así que salvemos la ropa blanca, la más pura, la que da brillo al tendedero, la que te permite presumir de una buena lavadora o de unas buenas actitudes como ama de casa, que anda las ganas que tengo yo de destacar como ama de casa. Ama de casa. Suena catastrófico. Ama. Amar. Eso suena mejor. Lo dejaré así. Salvemos el blanco, y sacrifiquemos la camiseta de rayas. La bendita camiseta de rayas. Y las sábanas de flores.

Bueno, después de la división, no puedo poner una lavadora. Tengo que poner dos.

La misma faena de otros días. Y me parece oir unas risas debajo del fregadero, sí, del bote de suavizante, pero no puede ser cierto, porque los botes de suavizante no se ríen. Ahora bien, yo la risa, la oigo. Pero no voy a prestarle ninguna atención. No sea que esto de poner lavadoras me afecte más de lo que pensaba.

Finalmente, introduzco la ropa en esa boca gigante que se abre y asusta, que no sabes si se va a tragar tus prendas más intimas, esas que le entregas con una cierta desconfianza, rezando para que te las devuelva sanas y salvas, y sobre todo, limpias. Introduces la ropa, tu ropa, tu querida y amada ropa, pones el programa, cierras la puerta, te incorporas lentamente, recordando una vez más a posteriori que no te has agachado flexionando las rodillas, y ahora la zona lumbar te da un aviso de que ya no tienes 20 años, si, hasta para eso sirven las lavadoras, para recordarte el paso cruel de los años, y, como iba diciendo, cierras la puerta y disfrutas, por decir algo, de ese ruido infernal que produce cuando coge el agua, como si fuera un ogro insaciable muerto de sed. Y dejas que el ogro y tu ropa tengan su viejo romance una vez más, como si de la bella y la bestia se tratara. Te tragas tus celos inconfesables y les permites su intimidad pasada por agua. Su danza circular.


Hasta oir el clik que te devuelve tu colada limpia. Y respiras. Y coges fuerza.

¿Lo más maravilloso de todo?

Que ahora hay que tenderla, (eso si, la saco de la boca del ogro flexionando las rodillas que ya bastante dolor tengo en la espalda) y exponer lo que nunca enseñarías a un extraño, a todo un patio de vecinos.

Y volver a mirar el cielo. Porque siempre hay que mirar el cielo.
Y confiar en que no descargue su furia sobre tu intimidad recién exhibida.

Y me pregunto qué boca de ogro es la que me devora a veces, y me agita, y me centrifuga, y me devuelve limpia, desgastada y oliendo a suavizante, para ser exhibida, durante el tiempo de los rayos de sol, ante un montón de extraños de los que nunca sabré apenas nada, acaso que viven cerca de mí...

Me siento hoy como si me estuvieran centrifugando.

28 septiembre 2006

Hay que cruzar el puente


Hay que cruzar el puente. Atreverse a continuar. Las sombras son las que nos llevan, las que nos dirigen. Hilos invisibles que enmarañan el aire que nos envuelve se nos quedan pegados en la piel. Entonces me inquieto, porque sé que la decisión está cerca.
Hay que cruzar el puente, sobre todo si queremos seguir. Podemos quedarnos en este lado, en la comodidad de lo conocido. Podemos tomarnos un tiempo, tenemos todo el derecho. Pero la vieja inquietud sigue ahí. La zozobra que agita como olas enfadadas antes de romper en las rocas. Esa vibración sutil que remueve las entrañas y quita el hambre. A veces consigo disimularla, hacer como que no está. Y vivir el día como si no hubiera llegado al final del camino.
Donde está el puente.
Pero tengo que atreverme.
¿Qué contaré si no, a los que vengan detrás? ¿Que detuve el paso? ¿Que tuve miedo? ¿Que no me atreví?

Apenas hay decisión que tomar. Los puentes están para cruzarlos. Para avanzar la marcha.

Y entonces, las voces cotidianas que me acompañan, me obligan, en su gesto de infinita fraternidad, a recordar mis viejas palabras, las que me impulsaron a dar el primer paso lejos del regazo maternal y de la gran mano que me sostenía.

Y ese recuerdo, una vez más vuelve a ser la corriente eléctrica que pone en marcha mi motor.

Y sigo las sombras.

¿A dónde lleva el puente? Nadie puede saberlo. El puente cruza mundos, surca espacios, y hace que acaricie mi frente y mis manos hilos nuevos que enmaraña la vida. Y nuevas puertas aparecen ante mi, nuevas posibilidades, nuevas decisiones.
Y otra vez la vieja inquietud, compañera de camino, inseparable como la mochila de recuerdos que llevo en mi espalda, me susurra al oído que disfrute el puente, y la parada, y desliza su arrugada mano en mi carga y me regala otro recuerdo.


Y así, acumulo tesoros que me llevaré conmigo cuando tenga que cruzar el puente definitivo...

Gracias Mota, por tenerme presente en tu meme, por invitarme tan amablemente a continuar la marcha. Le paso el testigo a Javier, que recorre mis mismas calles, y a Chema, que escribe artículos que todos deberíamos leer.

25 septiembre 2006

El oscuro camino


Hoy quiero adentrarme en el oscuro camino. Desnudar mis pies y acechar como el lobo. Quiero indagar en los secretos que esconden las hojas de los árboles, saber qué se cuentan cuando se quedan solos. Quiero para mí el por qué del crujir de las ramas, y la razón por la que todavía conservan las gotas que olvidó la lluvia al pasar por aquí. Y cuando estos misterios me sean revelados, quiero oir, como un sueño cumplido, a lo lejos al águila que no vuelve nunca más a la mano que le da de comer, reconquistar el cielo desplegando y batiendo firme sus alas. Entonces, sólo entonces, he de detener la andada.

Quiero quedarme en el camino y no saber adónde me lleva. Dejar de ver el horizonte como único fin. Sentarme en el recodo del olvido, donde nadie pararía, en ese recodo que se repliega como si fuera un interrogante que abriera paso a todas las respuestas. Ahí, donde las preguntas descansan, quiero terminar el día y envolverme en sombras.

Y ser, con el transcurrir sereno del tiempo, yo misma el camino, y después río, y después reflejo y dejar que otros dejen sus huellas en mi, fundida ya en las piedras que me habitaron al vivir...

Hoy quiero adentrarme en el oscuro camino...

21 septiembre 2006

Mañana de otoño

Me gustan las mañanas. El tibio despertar. Más aún si los viejos fantasmas no han deambulado por el pasillo con su descaro insultante. Pero me gustan las mañanas. El olor al café recién hecho impregnando las paredes, las tostadas chorreando miel en mis manos. Abrir las ventanas, y dejar que el viento golpee (en esta ciudad el viento no acaricia) mi cara y termine de despejarme. Y descubrir que todo sigue en pie, que el mundo sigue rodando, los mismos vecinos, la misma calle de ayer. Me gusta respirar el aire limpio, aunque tenga que recorrer kilómetros para conseguirlo. Y ver el horizonte. Y el cielo dibujando sus nubes, como otra madre más preparando el desayuno. Me gusta el silencio, es de las sensaciones que más me gustan, escuchar el silencio; el silencio, y el canto de los pájaros, que también se despiertan; el silencio, profundo y vibrátil, que atesora misterios... Aunque no me gustan los muros silenciosos que a veces se levantan entre nosotros, los humanos. Entonces gritamos, y nos dejamos la voz...

Me gusta sentir pasar el tiempo. Ralentizar su paso. Como un trocito de futuro arrancado al árbol de la vida. Disfrutar de ese devenir, de esa quietud. Y sentir el privilegio, por unas horas, de no tenerme que afanar con ese trajín de idas y venidas por la ciudad, por los mercados, por las oficinas y por las escuelas, que llamamos vivir.

Me gusta el olor a la tierra mojada. Y más aún, los lugares donde siempre huele, o solía oler siempre, a tierra mojada. Ese olor que promete frutos, que susurra alientos de esperanza, de semillas germinando en lo profundo creciendo hacia la luz. Y prepara mi sueño de ver brotar los chitos en primavera.

Y ahora, que todo se repliega, que el otoño nos recoge y nos deshoja para pasar el frío, me gustan las tardes que nos regala. Y sus rojas puestas de sol. Y esta oscuridad creciente, que invita a volver a casa, al dulce calor y a los tiernos abrazos. Y que nos regala unos minutos más de sueño al amanecer.

Me gusta despertar... disfrutar de estas sensaciones de estación recién estrenada
y empezar mi nuevo día

18 septiembre 2006

Modificación de conducta

"La modificación de conducta tiene como objetivo promover el cambio a través de técnicas de intervención psicológica para mejorar el comportamiento de las personas, de forma que desarrollen sus potencialidades y las oportunidades disponibles en su medio, optimicen su ambiente, y adopten actitudes, valoraciones y conductas útiles para adaptarse a lo que no puede cambiarse."
LABRADOR, F. J.; CRUZADO, J.A. y MUÑOZ, M:
Manual de técnicas de modificación y terapia de conducta. Madrid. Pirámide, 1973. Edición 2005. pág 31.

Y yo me pregunto:

¿Será posible que se pueda promover el cambio a través de técnicas de una intervención psicológica para mejorar el comportamiento de las personas?
Y...
¿Se puede conseguir que las personas desarrollen sus potencialidades?
¿Y que desarrollen las oportunidades disponibles en su medio?
¿Y que optimicen su ambiente?
Madre mía... ¿y que adopten actitudes, valoraciones y conductas útiles para adaptarse a lo que no puede cambiarse?

y si esto es asi...

¿Por qué sólo se puede estudiar en la carrera de Psicología, y además en el cuarto año?
¿Por qué no es una asignatura obligatoria desde preescolar?
¿Por qué no se pone al alcance de todos estas técnicas a ver si conseguimos hacer de este planeta un mundo mejor?

Cierro los ojos, y por un instante, quiero imaginarme viviendo en un mundo donde las personas hemos aprendido a mejorar nuestro comportamiento, más y más, siendo cada vez más exquisitos, donde hemos desarrollado nuestras potencialidades y las oportunidades disponibles en nuestro medio, donde hemos aprendido a optimizar nuestro ambiente, además de cuidarlo, y sabemos adoptar actitudes, valoraciones y conductas útiles para adaptarnos a lo que no podemos cambiar...
Cierro los ojos, y no sé adónde podríamos llegar como seres humanos si consiguiéramos estos objetivos.

Y abro los ojos, y aunque un nudo de desencanto aprieta mi cintura no quiero quedarme en la falsa idea de que no puede conseguirse.

De que es una utopía.

Porque algunos ya se elevaron sobre sí mismos. Algunos desarrollaron sus potencialidades, y con su crecimiento, hicieron avanzar al resto de la humanidad. Algunos ya salieron de los abismos más profundos, más oscuros, y fueron, y son, un ejemplo de transformación completa. Y nos enseñan a amar nuestro planeta y a todos sus habitantes, y a cuidar nuestra tierra, la que heredarán nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos. Y además de sonreir, enseñan a sonreir a los que no saben, o no recuerdan, o simplemente no pueden.

Y cierro los ojos de nuevo. Y vuelvo a imaginarme un mundo así. Bello, en expansión.

Y quiero creer que es posible.
Contra todo pronóstico.

14 septiembre 2006

Ya llega el otoño


Ya llega el otoño, y con él, el nuevo curso.
Aunque también podríamos decirlo al revés: ya llega el curso, y con él, el nuevo otoño.

Por fin, la lluvia y su olor profundo a tierra mojada, que no deja de sorprenderme en la ciudad. Y el verano que queda atrás, un año más, con su aletargamiento, con sus calores y con su lentitud.

En esta época se activan en mí los recuerdos del colegio, de sus enormes pasillos, de mis viejas amigas ahora convertidas en madres, de los instantes previos a que empezara la primera clase, de la nueva profesora vaticinando todo lo que habríamos de aprender y todo el trabajo que quedaba por delante. Un reto que me fascinaba. Había un olor único en el aire, un olor a nuevo en todo lo que me rodeaba, un olor a cuadernos sin estrenar, a lápices sin afilar y a esas gomas que olían a nata y borraban tan mal, a los zapatos de piel, al uniforme, y el mejor olor del mundo, ese que no se me ha olvidado con el paso de los años, ese que evoca todo lo que está por descubrir, que me trae el porvenir y lecciones nuevas: el olor de los libros recién comprados... Nada comparado con eso (bueno, quizá, el olor profundo de los bosques). Era un año mayor y ese mundo misterioso de los mayores parecía una meta a conquistar. Y una inocente pregunta me excitaba y me mantenía en una dulce tensión: ¿Qué aprenderé este año?

Porque claro, socialmente celebramos el año nuevo a finales de diciembre, pero yo, supongo que en un mantenimiento forzoso de mi rebeldía adolescente, digo que el año empieza en septiembre, con el curso. Da igual que estudiemos o no. Los chinos dicen que el año empieza en la primavera, y tiene sentido, que es cuando todo lo que está apagado, o durmiendo, empieza a despertar, y se ven esos brotes verdes donde antes había palos secos y una emoción juguetona aprieta el alma... tiene sentido, sí.

Pero para mí, el año empieza ahora. ¿Por qué no? Para mí estas fechas tienen más rituales que todas las navidades juntas. Y la casa se viste de telas cálidas para los días más fríos, y se rescatan las chaquetas, los calcetines de lana y las botas altas. Empiezo a pensar en sopas calentitas, y todo un despilfarro de nuevos proyectos e ilusiones empiezan a desfilar por mi mente. Y pongo en orden las estanterías, y los archivos de mi ordenador, y dispongo la agenda para nuevos encuentros...

El año nuevo empieza ahora, con los libros nuevos. Con la vuelta al trabajo, o al curso que estemos cursando, o al gimnasio en el que estemos entrenando. Con los zapatos por estrenar, y el uniforme. Empieza ahora, y este viento fresco que ahora se cuela en mi casa, después de la tormenta, así me lo confirma, susurrándome al oido, como si de mi nueva profesora se tratase, el vaticinio de todo lo que he de aprender de este mundo misterioso de los mayores.

Y me trae esa vieja emoción de futuro, cuando todo vuelve a empezar...

12 septiembre 2006

El mundo ha cambiado

El Mundo ha cambiado
Lo siento en el agua
Lo siento en la tierra
Lo huelo en el aire
Mucho de lo que era se ha perdido
Pero nadie sigue vivo
que no lo recuerde.

El Señor de los Anillos

Fui al estreno de las tres películas. Vi cada una de ellas varias veces. Y en cuanto salieron a la venta, nos hicimos con las versiones extendidas. Y las volví a ver varias veces.
¿Qué me impulsaba a hacerlo?

Ha pasado el tiempo, y supongo que la trama de la obra está de rabiosa actualidad: la constante lucha entre el bien y el mal, entre la paz y la guerra, entre el amor y el odio.

Alguien me dijo una vez que Aragorn nos volvía locas a todas las chicas, que era el prototipo del héroe. No lo voy a discutir. Para mí, Aragorn (que no Alatriste, que sigue siendo Aragorn sólo que en mal avenida decadencia) encarna todas las características del príncipe azul que yo soñé, si bien el personaje que más me impactó de toda la obra fue Sam. El criado.

Sam, que parte con Frodo, sin saber ni adónde ni por qué, tan sólo para cuidarlo.
Sam, que se lanza al agua sin saber nadar para huir con su señor y protegerlo.
Sam, que deja de comer para que coma quien tiene la misión más alta.
Sam, que descubre el mal en el ser que les acompaña, y le vigila. Que llora de rabia cuando es expulsado, y aún con todo, vuelve y le salva la vida a su señor, enfrentándose a seres que nos dejarían paralizados a cualquiera.
Sam, que saca fuerzas de donde ya no quedan y lleva en brazos a Frodo, en esa tierra que escupe fuego, para que termine de una vez lo que nunca debería haber empezado. Y le convence para que resucite de sus entrañas la última chispa de bondad que le queda sin corromper por el mal.

Si pudiera elegir ser un personaje, elegiría a Sam. Por encima de todos. Porque amo mi casa, y mi pueblo, porque cuido mis flores y me gusta comer y disfrutar de las cosas pequeñas de cada día. Como él.
Si tuviera que elegir cuando llegaran las grandes batallas, elegiría ser Sam.

Pero no sé si tendré valor cuando llegue el momento.

Aunque el momento ya ha llegado, eso lo sabemos todos, aunque sigamos haciéndonos los distraídos. La batalla se está librando. Y los ríos de sangre ya están fluyendo.
No sé si tendré valor para darme cuenta que las guerras que se libran en el mundo también tienen que ver conmigo, y que cuando las torres caen, algo en mí ya no se volverá a poner de pie, que yo soy el niño muerto, el trabajador que murió en el ascensor, el escollo destrozado, y el terrorista. Y si lo veo, no sé si tendré el valor de responsabilizarme por ello. Ni sé si podré luchar porque el mal no puede ser quien gane, simplemente por eso, porque mis flores tienen que florecer en la próxima primavera y mis gatas correr felices encima del armario y debajo del sofá. Porque el delicioso olor al pan recién hecho tiene que inundar la casa, y la dulce intimidad de cada día seguir estando presente. Luchar porque no hay otra elección, porque no se puede elegir no luchar en un mundo que peligra. Porque esta batalla es de todos, de los que tienen una misión, y de los que no la tienen.
Pero la lucha ya ha empezado. La batalla se está librando.

Y yo sigo aquí, cuidando mis flores. Y mientras, los ríos de sangre fluyen.

08 septiembre 2006

Una espina clavada

Las espinas clavadas no salen así como así. Están ahí. Algunas veces te puedes olvidar de ellas, pero tarde o temprano, su herida lacerante vuelve a aparecer. No es que sangres todos los días, que va, es como un ligero picor, algo suave, pero continuo, que, de vez en cuando, molesta un pelín más. En realidad, se podría vivir con ellas, de hecho, vivimos con muchas, pero a veces una, en concreto, una, empieza a incordiar más de la cuenta, y te sorprendes a ti misma preguntándote ¿y si...?

Y la única manera de que una espina deje de fastidiar es sacándola. Eso, lo tengo claro.

Y aquí estoy, a mis treintaitantos, matriculada en la Universidad a distancia de la carrera de psicología.


Lo confieso: no sólo he descubierto un regustillo bien grato en esto de estudiar de nuevo, además, he retomado mi viejo gusto por las bibliotecas. Tanto conocimiento ahí, al alcance de una... Libros y libros, pilas de libros que no podré leer en todos los años que me queden de vida. Las bibliotecas me recuerdan todo lo que falta, me conectan con el tiempo, con su variable fluir. Me gustan porque se está en silencio. Y el tiempo se desliza despacito.


Y aunque me siente en una mesa sola, siempre puedo ver a otros que también se afanan por saber algo más.
A mí eso me da esperanza, la verdad
Y veo que no soy la única que doy un último repaso antes de examinarme...


Después, el trance, mezcla del cansancio, del agobio por no querer estar ahi, de toda la información que he incorporado en las últimas horas y de la que no he podido incorporar y de esa inevitable zozobra que me agita mientras me voy acercando al aula donde me examino. Es un momento curioso, que siempre recuerdo a cámara lenta. Miro a mi alrededor y me pregunto si yo era tan joven cuando era joven, cuando todavía quería cambiar el mundo a toda costa, y quería vivir la vida tan deprisa. Me pregunto si paso tan desapercibida como parece, y ese instante de transparencia en realidad, vuelve a conectarme con esa emoción profunda de satisfacción por estar sacando la espinita, por ver que un examen aprobado es un trocito menos hincándose en la piel.


Pero los exámenes, no dejan de ser exámenes. Y no todo lo que se estudia es interesante, y además de estudiar hay que trabajar, y hay que mantener una casa mínimamente en orden, y madrugar más de lo que me gustaría y dormir menos de lo que necesito. A veces conecto claramente con todos los argumentos por los que una vez ya dejé colgados estos estudios, que no otros y me pregunto si hace falta realmente saber manejar la regresión múltiple y todos los entresijos de la teoría freudiana para ser una buena psicóloga, además de las casi-infinitas secciones que tiene el tálamo. Claro, que cuando me matriculé la primera vez, con mis 18 recién cumplidos, yo pensaba que los psicólogos tenían que conocer mejor que nadie la naturaleza del ser humano, y ser capaces de empatizar y ponerse en la piel del otro, y además tenían que estar preocupados por su propio desarrollo como personas... y también creía que los médicos debían ser los primeros en dar ejemplo con las conductas de salud y los jueces ser justos. Aún hoy creo que debería ser así, la única diferencia es que ya no me extraña tanto comprobar una y otra vez que no sólo no es así, sino que encima, se me tacha de utópica. Pese a todo, he de decir que de vez en cuando aparecen asignaturas interesantes, y además, útiles, que te inyectan de nuevo entusiasmo y ganas de continuar. La gran maravilla es poder estudiar con todo un apoyo en la red que hace 18 años era inconcebible, además de tener compañeros virtuales que te hacen más ligero el camino.

Es extraña la vida a veces... Me gusta desplazarme de la ciudad del viento, me gusta la soledad que rodea las pruebas. Me gusta no hablar apenas con nadie, comer sola, pasar horas en la biblioteca de Calatayud y perderme por sus calles de casas inclinadas después para despejarme. Lo vivo casi como una iniciación. Como recoger un pedacito de mí que un día dí por perdido. O transitar una vía que tiempo atrás no quise ver a dónde me llevaba.

Y cuando termino, me retiro a la plaza vieja del pueblo, bien cerca del Mesón de la Dolores, a esa cafetería escondida entre los soportales donde ponen jazz. Me siento en la mesa del rincón, me pido un buen café

y me deleito sabiendo que queda menos para que la espinita esté fuera del todo.

04 septiembre 2006

Yo una vez tuve un sueño

Era cuando era niña. Y sentía que podía hacerlo. Que podía conseguirlo. Y mi sueño de niña, mi pequeño sueño de niña pequeña me hacía impulsarme, proyectarme desde mí hacia lo mejor de mí. Mi sueño me hacía soñar, me daba mañanas, me daba el futuro, me hacía crecer.

Hasta que un día dejó de ser importante.

Sé en qué momento lo abandoné. Conozco las razones, los argumentos, y reconozco lo convencida que estaba.

Pero lo abandoné.

Lo abandoné, sí, liviana, sonriente, creyendo que nuevos sueños me esperarían en los recovecos del camino. Sueños más grandes, sueños más llamativos, sueños más trascendentes. Y así fue. O así me lo parecía.

Llegaron nuevos sueños, cada uno con su color. Algunos eran rojos, y me daban pasión, otros eran verdes, y me daban esperanza, otros negros, y cuando la pena era un pozo, los abandonaba también a ellos.
Llegaron sueños vacíos, llegaron sueños de otros, llegaron sueños disfrazados, sueños amargos. Llegaron sueños brillantes también, y la vida se iba haciendo.

Pero algunas noches, da igual si eran dos al año, o una vez a la semana, algunas noches, sin saber por qué, cuál era el motivo que seleccionaba esa noche y no otra cualquiera, sin saber por qué, el sueño plácido desaparecía, ese sueño íntimo de cada noche que viene y me abraza, volaba de mí y me despertaba, me despertaba con desazón, con las entrañas encogidas y la piel revuelta, a esas horas donde los argumentos no valen y sólo el corazón tiene autoridad, a esas horas donde no hay manera de mentirse y creérselo, a esas horas donde contemplar el cielo no consuela, el sueño volaba de mí, y me preguntaba mientras se escabullía si todavía recordaba mi primer sueño. Aquel sueño infantil que soñaba cuando era niña. Y volvía a enumerar las razones y los argumentos por los que lo dejé atras.

Pero ya no podía volver a dormir.

Creo que el sueño nos abandona cuando abandonamos nuestros sueños.

Y es entonces que mi sueño abandonado, sí, aquél que ignoré como si no valiera nada, aquel que rechacé por otros sueños más grandes, más llamativos, más trascendentes, mi sueño pequeño de cuando era pequeña, aquel que olvidé sin agradecerle el impulso, el ansia y el deseo joven, me acecha, me espía, espera cualquier instante, cualquier rendija, y se cuela por la única puerta que es de su propiedad. Y me quita el sueño. Noche tras noche, me niega su mundo. Su mundo de sueños.

Y a puro de noches sin dormir y de echarlo de menos,

lo he mirado de frente, y he hablado con él.

Y he visto sus ojos de sueño despechado, sus ojos rebosantes de mañana, llenos de esperanza intacta, esperando por mí. He hablado con él largo y tendido, mirándole fijamente, empapándome de su esencia antigua, de su esencia infantil.

Y mis ojos han vuelto a ser los suyos, ojos de sueño, ojos rebosantes de mañana, llenos de esperanza intacta, y le he pedido perdón. Y he llorado con él, con mi sueño abandonado, y me he dejado acurrucar en sus brazos de amante. Y he podido nuevamente volver a dormir, plácidamente, abrazada por mi sueño pequeño, que por fin recupera su sitio de sueño, su mundo de sueños. Y he vuelto a soñar.

Yo una vez tuve un sueño.
Creí en mí misma. Creí que podía hacerlo, que podía conseguirlo.

Y desde que mi sueño duerme conmigo, y me abraza, y me acurruca, vuelvo a creer que puedo hacerlo, que puedo conseguirlo.

Y mi sueño pequeño de niña pequeña, es mi sueño más brillante. Es mi primer sueño. El que me da descanso, el que me reconforta, el que me da fuerza para afrontar mi mañana.

Yo una vez tuve un sueño. Mi sueño pequeño de niña pequeña. Mi sueño de mí, mi sueño de soñar.

Yo una vez tuve un sueño.

Y gracias a él, todavía sigo soñando.

01 septiembre 2006

¿Somos lo que aparentamos o somos lo que escondemos?

Una llega a una edad en la que empieza a sentirse un poco extraterrestre. Yo me he sentido así toda mi vida, lo confieso, pero ahora, digamos, que lo acuso más, sobre todo, porque algunos días, posiblemente en un ataque de soberbia desmedido, de veras que creo que los extraterrestres son los otros.

He comprendido que cuando una llega a los treintaytantos, tienes que cumplir una serie de requisitos para ser admitida en sociedad. Digamos que es como la puesta de largo. Si no es así, te admiten igual, a ver qué remedio, que para eso vivimos en democracia y tal y tal, pero es otro rollito. Digamos que si no cumples estos requisitos, eres un poco... rara.

Esta es la lista introductoria de requisitos que he elaborado así, a voz de pronto, aún a sabiendas que la retaila que me dejo es bien larga.

REQUISITOS PARA SER ADMITIDA EN SOCIEDAD

1. Tienes que tener pareja, evidentemente, con papeles, como los inmigrantes. Esto significa que te tienes que haber casado, como mínimo, por lo civil, aunque lo suyo es casarse por la Iglesia, sobre todo, por dar gusto a los padres, oye, que son los que pagan(aunque sea la primera vez que la pisas, y no tengas ni idea de qué va la religión católica, y no tengas el más mínimo interés en saber de qué va, además) Sobra decir que tienes que ir de blanco, por eso de la virginidad (en fin...), y con las flores de la pureza, e invitar a cuantos más mejor, sobre todo, a todos esos parientes que ni conoces, y a los primos con los que no te hablas y además hay que celebrarlo en un restaurante bien aparente, donde saquen comida como para un regimiento, aunque luego haya que tirar la mitad, que oye tú, un día es un día y luego nos vamos de viaje de novios a un pais exótico que para eso es la luna de miel, y nos hacemos reportaje de fotos, y video y nos cortamos la liga, y la corbata y... cuidadín con quejarte, que es el díamásfelizdetuvida y si te quejas es porque no me quieres...

2. Tienes que tener hijos (que si no, se pasa el arroz). Y al fin y al cabo, todo el mundo los tiene. Y el que no, por algo será.

3. Tienes que tener una hipoteca. No importa que los precios estén completamente desorbitados y que te tengas que comprometer para 30 años, no importa que estemos destrozando el ecosistema, y que haya un montón de pisos vacíos con los que se especule, lo importante es tenerla y quejarte todos los meses de que no sabes si vas a llegar. Y como todo el mundo compra, pues claro, hay que comprar. El alquiler es tirar el dinero.

4. Tienes que tener trabajo fijo reconocido. Lo importante es que sea fijo. Y si te obligan a hacer horas extras, mejor. Da igual si te gusta o no, si se acerca mínimamente a lo que soñabas para ti hace años, no tienes tiempo de pensar en esas sutilezas, total, eso de trabajar en lo que a uno le gusta es para privilegiados, y además tú no tienes tiempo para darte cuenta de si tu trabajo te satisface o no porque hay que pagar la hipoteca, y mantener a los hijos y llegar a fin de mes. Y pagarse un terapeuta. O un psicólogo. O un psiquiatra. O los antidepresivos, o los vicios para olvidar, o para recordar que sigues vivo. Aunque esto queda dentro del fuero interno, dentro de ese territorio que no se cuenta ni se comparte.

5. Es obligatorio tener un supercoche: da igual el precio de la gasolina, y del seguro, y de las reparaciones y que no haya sitio para aparcar en la ciudad y tengas que dar vueltas y vueltas durante horas, aunque es cierto que en bus, o en taxi, llegarías antes y sin complicaciones, pero claro, ir en bus, por Dios, con el supercochazo que tenemos, o en taxi, con lo que cuesta la bajada de bandera...

6. Tienes que celebrar la navidad con la familia, y contar lo mucho que los quieres y lo bien que te llevas con ellos aunque no puedas ni verlos, porque, al fin y al cabo, tú eres diferente, pero que vas a hacer si es tu familia, y da igual que las navidades las haya creado el corte inglés y ahora haya que regalar en NocheBuena porque viene Papa Noel (yo cuando era pequeña, ni existía), y luego en NocheVieja, y tengas que salir y celebrarlo en un cotillón, y de largo, y comprarte un supervestidazo y además te tengas que ir de cena con los de la empresa, sobre todo con algún compañero/a petardo que no lo aguantas, pero claro, como van todos, pues tienes que ir que si no... Y además hay que regalar en Reyes Magos, y hacer el amigo invisible y luego, cuando ya has hecho un pelín de sangre y puedes tragar saliva,(esto no lo cuentas, tú en realidad, vas sobrado) te vas a París para celebrar el día de los enamorados. Y después la semana Santa. Y después el Puente de Mayo. Y hay que regalar en el día de la Madre, y del Padre, y del Espíritu Santo. Amén.

7. Y tienes que irte de vacaciones en verano, si es posible, aprovechar la operación salida o la operación retorno, ahi, todos junticos, camino al mar, donde tendrás que levantarte a las 8 de la mañana, ¡en vacaciones! para encontrar un cubículo en la arena donde dejar tu toalla y estés tan apretujado que recuerdes tu puesto de trabajo con añoranza y desees volver tan rápidamente como se pueda...

8. Ah¡¡¡ Se me olvidaba, de tan evidente que es: Si eres chica, tienes que llevar mechas, y mantenerlas, rizarte el pelo si lo tienes liso y alisártelo si lo tienes rizado, hacerte limpiezas de cutis, y la manicura francesa, y la pedicura, y estar a dieta continuamente por la operación bikini, que ahora dura todo el año, y aparentar diez años menos, y tener dos tallas más de sujetador, y dos menos de cadera, y rizarte las pestañas, hacerte la fotodepilación y operarte la celulitis, y ponerte botox y...

Y...
Y yo leo la lista de requisitos y simplemente...

Paso

Así que, volviendo al principio...

¿somos lo que aparentamos o somos lo que escondemos?