27 abril 2007

Soledad

Un silencio profundo y vibrante envuelve este espacio en el que me encuentro, y las voces de los otros se pierden en el barullo de la ciudad. Se están levantando las auroras, y parece que el dolor, este dolor lacerante que aún me persigue y me atravesaba el alma, empieza a remitir.


Nunca había vivido una soledad tan penetrante, tan cierta, tan poderosa. Nunca me había permitido vivir así. Me está calando, y me está abarcando, y su fuerza se manifiesta para mi asombro, en mis manos y en mi voz.

No sé cuándo acabará este tiempo. No sé cuando mudará el color. No sé si estas ojeras que aún asoman se tornarán permanentes, como cicatrices de viejas heridas que recuerdan las antiguas batallas, o se regenerarán en olvido y piel nueva. No sé si tendré que seguir escalando muros de piedra a oscuras, o por fin llegaré a este final.

Lo que sí sé es que hasta ayer decía ya no puedo, y hoy sí me alcanza.

Me dispongo ante la vida como ante la presión de los días nublados, sabiendo que, en cualquier momento, se desatará la tormenta.

Y después el huracán

Y después, vendrá la calma.

Y por fin, un rayo de sol.



Imagen: L. SPILIAERI. Vértigo. 1908. Tinta china, acuarela y lápiz de color.

19 abril 2007

Todo gira

..."Después de las penas de su alma, verá la luz y quedará colmado".
(Isaías 53,11)






Todo gira,
continuamente,
todo gira y gira,
y este vértigo no parece tener fin.

Añoro Abantos y su pequeña carretera empinada llena de retama, (sigo sin entusiasmo) y más allá, añoro el bosque de potrillos y ciervos esquivos en el que me fundía con paso sagrado desde la curva previa a Peguerinos, donde aparcaba el coche antes de comenzar el ritual. El río habrá florecido, y me duele recordarlo, y lloro de distinta manera a como lloré la primera vez que lo ví.

Intento dormir durante un par de años, pero no lo consigo, y esta primavera parece una guerra nuclear.

Mi madre me abraza, se despide de mí en la calle, retrocede y me vuelve a abrazar. Me retiene contra su pecho, me aprieta contra ella, y yo me tengo que agachar porque soy un poco más alta, o estoy menos encogida en apariencia, y me acuna su respiración y su ternura de madre impotente, y su olor a pan recién hecho y a pucheros continuos en la lumbre llena el barrio, y probablemente, la ciudad. Mi madre me abraza, y yo le sonrío, y me da el tiempo justo para volver a despedirme, con el torbellino girando a mi paso, para que no me vea llorar. Me quedaría en su pecho y volvería a amamantarla, pero debo continuar. Voy a la estación, a buscar un billete para el tren que, una vez más, no me alejará lo suficiente de mí.

Añoro la esperanza, esa fuerza que me sostuvo y a la que le he perdido la fe. Añoro mi piel cuando no lamentaba heridas y reclamaba su diezmo. Añoro mis ojos cuando te tenían ganas, y eran correspondidos y las copas del bar empezaban a aplaudir. Añoro los días en los que no tenía que convivir con esta puta tristeza que me parte el alma en dos.

Hoy me refugio tras unas gafas de sol, y fíjate tú qué chorrada, dicen que me sientan muy bien.


Primera imagen: S.DALI. El estanque de las lágrimas. 1968-69. Aguada.

Segunda imagen: E.HOPPER. La luz del sol en una cafetería. 1958

12 abril 2007

Estoy cansada

Camino entre sueños por calles inciertas, al destiempo de la noche y de las ruinas. Están cayendo las murallas y el polvo se pega a la piel como si fuera arena, y luciera el sol y acabáramos de bañarnos y fuera un día ideal. Pero no hay playa, no hay playa en estas calles desiertas, y ya no me cercan las olas, ni me acaricia la brisa, ni la hondura me invita a nadar, no descansan mis ojos en el horizonte abierto, y no espero la tarde en la sosegada calma del vaivén. En realidad, apenas espero nada, porque hace tiempo me cansé también de esperar. Camino y camino, y me estoy agotando irremediablemente de tanto trajín.

A veces me pregunta alguien cómo estoy, y los andamios en los que me sostengo comienzan a temblar.

Estoy cansada
Supongo que eso debería ser suficiente.

Pero estoy muy cansada y quiero que se sepa, y a ratos me aplasta tanto el cansancio que la columna se repliega y parece un signo de interrogación. Apuntalo los párpados para seguir en pie y no hay vigas que hoy retengan el peso de esta construcción. Me estoy desalojando, y en esta mudanza lo cierto es que ya no puedo más.

Me desmorono y me deshabilito

Y me gustaría acostarme en una urna infinita, y dormir sin tregua hasta el día del juicio final.


Imagen: La encontré rebuscando en google, y Motarile me ha soplado que es de Guillermo Munro y que se titula "dormida". Da gusto tener amigos cibernéticos como él...

06 abril 2007

Puños abiertos

No sé en que momento ocurrió. No sé si fue un descuido, desidia o algo inevitable. No sé si con más atención podría haberlo visto venir, si aparecieron señales que ignoré sistemáticamente, bien por ignorancia, o bien por despiste, que, al fin de cuentas, viene a ser lo mismo, o si era una prueba y fui mermada, o quizá, como decía, quizá

sólo se trató de algo sencillamente inevitable.

Un día cerré la puerta. Cerré la ventana. Bajé la persiana (perdí la luz). Cerré la cama. Cerré los ojos. Cerré las manos, fueron puños y empezaron a doler. Cerré la boca. Y el armario. Eché el candado. Dejé de husmear. Recogí las banderas. Deserté en las batallas. Ignoré los sueños, perdí el contacto, negué las voces. Subí el volumen de la música y me puse a amasar pan.

Nunca dejé de regar las flores.

Y un tiempo después amaneció. Alguien subió la persiana (recuperé la luz). Y creí en la resurrección de la carne. Maté al ave fénix, nunca más lo veréis volar. Luché en el frente y las heridas dolían, cómo dolían, pero se izaron las banderas, y reconstruí mi hogar.

Soy dueña de infinitos sueños, y lo ignoraba. He abierto la puerta.


Habito una cama de ojos claros
Y sé cuál es el secreto

Mis puños contienen voces que se desparraman sin piedad.

Imagen: M.Amado. Salida al patio. 1982.

01 abril 2007

Pared de piedra

- ¿Quieres pasar?
- La verdad es que no, no sabría dónde ponerme...
- Puedes coger un taburete y sentarte, estarás más cómodo
- No sé qué haría yo sin ti...

Tal cual. Y el chico de la cazadora de cuero negra que llegaba tarde, se cogió el taburete, se pegó a mi sombra, y escuchó conmigo el concierto de jazz, en el final del pasillo de piedra y arco del sótano de La campana de los perdidos. A veces se acercaba tanto que su brazo se encajaba en mi costado. Y entre tema y tema, el ácido limón de las Coronitas y su voz en el oído, transcurrió un concierto suave e íntimo que no nos decepcionó. A ratos intentábamos ensanchar el pasillo empujándolo con la planta de los pies, y nos mirábamos y reíamos. “Tardaríamos años, aunque podríamos intentarlo...”, me decía, y mientras retumbaba el bajo (qué bueno era el bajista, por dios) en mis entrañas me imaginaba allí, empujando la pared durante años con ese desconocido de sonrisa amplia, escuchando su voz en mi oído y sintiendo su brazo encajado en mis costillas, y os juro que durante un instante hubiera apostado por ello y me sentí una mujer feliz. Apoyé mi cabeza en la pared. Fuera de allí el mundo seguía girando loco. Pero esa pared de piedra me protegía y me aislaba, y en ese espacio, y en ese tiempo, todo estaba empezando a sonar muy bien. Me fascinaba la sensación fuerte y cálida en mi pelo. Al cabo caí en la cuenta de que las paredes de piedra no son mullidas. Miré al chico de los brillantes ojos azules y la cazadora de cuero, que había cambiado de posición y se acercaba aún más “No te cortes, me encanta que te apoyes en mí.” Y su brazo volvió a encajar en mi costado.

Seguía sonando la música cuando terminó el concierto.




Aún sigue sonando


Imagen: Pared de piedra de quién sabe dónde...