30 diciembre 2006

Feliz año

Que un rayito de sol ilumine tus días
y una manta de afecto encapote tus noches
y al estirar tus pies cansados entre las sábanas
encuentres el tibio calor de la compañía añorada.
Que llueva los días de llanto
y la niebla envuelva la duda que te desvela
que el mar te acompañe en tus paseos más solitarios
y las montañas refugien tus sueños
Que en sus entrañas nombren una cueva
para las estalactitas de tus deseos
y cuando se derramen devenidas en joyas
nazca el río
del que pesques la entereza para seguir en pie
y el coraje para alcanzarlos.
Que una suave brisa acaricie tu rostro
cuando ya no puedas más.
Y si cierras los ojos, que sientas la mano de tu madre
cuando te arropaba en la cuna
y su dulce tacto en ese mundo embarrotado
era el regreso al paraíso del que te habías desprendido.
Que nunca una ola te devuelva la botella con tu grito de auxilio
para que sigan vivos tus anhelos.
Pero si es así, que venga con una llave y la dirección de la nueva puerta
que podrás abrir con ella, para que veas que no todo fue en vano.
Que los bandidos no te ronden más que para enseñarte sus canciones
y si alguien viene a herirte, que te encuentre preparado para la batalla,
como un árbol de siglos, en pie.
Y que una tormenta te avise a tiempo de lo que te acecha.
Que nunca te falte un poema recitado en voz baja
para que te arranque las lágrimas y no se encostre tu alma
ni un amigo que patalee de rabia
ante el mal que derrumbó tu casa
y te abrace después y te diga: todo va a estar bien,
y te ayude a desescombrar las ruinas
contándote de la vida hasta hacerte reir.
Y que te invite a bailar.
Que si te duele el corazón
sepas entender sus motivos, y escucharle
y actuar en consecuencia.
Y si la enfermedad busca tu cobijo
tengas las herramientas a punto para disuadirla
Que nunca te falte el aroma
con el que poder descansar y sentirte en casa
ni el deleite del plato que más te gusta
cocinado por manos amorosas
Que no se agote el discernimiento ni la inspiración
ni te abandone el ángel que vigila tu ventana















Que fluyan tus días
como las bandadas de pájaros
que baten sus alas aplaudiendo la creación

26 diciembre 2006

La despensa

Tengo un wok con tapa y asas metálicas, una sartén asadora nueva y un horno con tantos botones que no sé si voy a saber utilizar. Hoy por hoy, lo empleo para guardar los moldes de los dulces que hace tiempo tampoco cocino.

Me compré una vajilla blanca cuadrada, de esas que lucen cualquier exquisitez, unas tazas transparentes como las de los capuchinos del Mombasa, y un lavavajillas que deleita mis siestas con su ronca canción. Nunca imaginé que un abrillantador pudiera borrar tus huellas de esta manera.

Ya he llenado los cajones de abajo del combi de comida para más de un mes. Lástima que los paquetes ahora son individuales y da la sensación de que la cosa va para largo. De vez en cuando cojo el carro de la compra, me disfrazo de tiempo y me acerco al mercado, y me llevo las gambas rojas por kilos, por si algún día tengo que celebrar algún acontecimiento interesante... volver a leer al ritmo de antes, sin ir más lejos, sería un buen ejemplo. Ya sabes, de tanto regar la esperanza, parece que no ha muerto, simplemente, descansa. Igual la hice trabajar a destajo los últimos meses y ahora está exhausta y para pocos trotes.

La batidora de vaso me espera, la verdad es que luce mucho en la cocina, aunque no sé si era necesario comprarla para adornar. A veces la oigo llamarme como en un susurro, y ya no sé si confundo su voz con los trailers de las películas de miedo que de vez en cuando se asoman por mi ordenador o efectivamente me está pidiendo un gesto por mi parte. Y le presto atención, de veras que es así, pero no tengo ni idea de cómo hacía los batidos, ni las cremas, ni los purés. Recuerdo que me gustaba mucho el yogur con frutas, pero que yo sepa, no es necesario una batidora para esto. Para ser sincera no tengo ni puñetera idea de en qué estaba pensando el día que compré la batidora. Supongo que inconscientemente quería digerir triturado lo que se me estaba atragantando en ese momento. Pero ni aún con esas.


La despensa está llena. Dispone de múltiples harinas, levaduras naturales y artificiales, leche de distintos cereales, conservas hechas por mí cuando aún tenía deseos de conservar algo, y conservas compradas en hipermercados, que te solucionan una cena en un instante. Siempre y cuando tenga ganas de cenar, claro. Dispone también de alguna que otra botella de vino, de estas de reserva que dicen que son las mejores, con aroma y con cuerpo, por si algún día, como decía antes, tengo que descongelar las gambas rojas, y celebrar algo. Y cómo no, aún con el precinto de seguridad sin quitar, vuelvo a tener mi recopilación de las mil y una especia, no sólo para contar cuentos que evoquen los faros lejanos del fin del mundo, sino para impregnar de aromas una cocina que sigue sin estrenar. Y la esencia de azahar, y la vainilla, para esas galletas moldeadas a mano que hasta yo echo de menos.

Me compré una colección de paños nuevos, y un delantal que es un primor. Instalé la cafetera, y el café, gracias a Dios y a mi determinación en hacerlo, que una no se encuentra el café hecho por más que rece, cosa que además, no acostumbro, sigue impulsando mis amaneceres y trayéndome el sabor de promesas que quién sabe si están cercanas. Algunos días lo acompaño con tostadas. Y suenan las variaciones de Goldberg y casi casi, recupero mis ganas de cocinar.

Pero mi último guiso se quemó a fuego lento

Y todavía huele la ciudad a incendio.

Imagen: la alacena, de Botero

21 diciembre 2006

Instantes

Algunos instantes el mundo padece de desolación. Se encendieron todas las luces, todas, dudo mucho que quede alguna por prender, y suenan los villancicos, cada uno a su aire, nadie se encargó de coordinarlos, y no hay oidos que los escuchen. Las calles están desiertas, y cientos de bolsas con lazos esperan inciertas las manos que han de abrirlas. Ninguna es para mí. No avanza la niebla. Demasiados árboles talados le han encogido el alma, y llora en un rincón.

Algunos instantes me asomo a la ventana y sólo veo ruinas. Y un soldado está conquistando los desiertos y hace girar la hélice, y oigo sus gritos lejanos mientras afila sus balas y sé que este cielo que me encapota va a hacer que hoy le lluevan mis besos. Besos de arena donde no existe más camino que la dura roca escarpada, besos de ausencia que apenas rozarán su aliento, besos de angustia de saber que su soledad y la mía una noche más durmieron solas. Cabalga un trueno entre las nubes. Y le arrojo una manta con mi aroma, para que lo arrope y le cubra las penas que nadie le va a poder consolar.

Algunos instantes riego la tierra donde se esconden mis flores. Flores que germinarán en primavera, cuando los escombros hayan sido retirados y los cadáveres que aún están calientes descansen en paz por los siglos de los siglos. Cuando brille el sol y yo pueda ver su reflejo. Cuando la luna me cuente secretos y yo tenga ilusión de nuevo por revelarlos. Riego la tierra donde se esconden mis flores, como se esconde hoy mi esperanza. Y espero que todas crezcan y embellezcan mi vida, pronto, muy pronto, antes de que llegue la glaciación.


Algunos instantes llamo a las puertas, es cierto,
pero no hay nadie al otro lado.

14 diciembre 2006

Regálame

Regalame una tarde de las que tengo libres, y trae unos buenos poemas, y vamos a hacer un concurso de lectura, a ver quién hace llorar de emoción antes al otro. Que se destapone el corazón y fluya la ternura, que para ratos amargos, ya hemos pasado unos cuantos en estos días

Regálame entonces una tregua, un rato sin desasosiego, un instante de paz, que pueda recostarme en mi nuevo sofá, y descansar, y soñar con un repartidor que llama a mi puerta y me trae un ramo de calas con tu firma...

Regálame un tango de esos que tú conoces y acércate, aún un poco más, y vamos a aprovechar mi salón vacío para bailar sin reparos, horas y horas, hasta que nuestra danza sea capaz de detener el giro de la tierra

Regálame la barra de un bar, después, con las piernas entrelazadas y un 1800, y dejemos que la noche transcurra contando futuros y desnudando palabras, que no hay nada más que hacer que ver el reflejo de las estrellas que caen en los cristales


Regálame el tiempo y regálame la claridad, que por un instante, sólo por un instante, vea que no son todo tinieblas lo que me envuelve...

06 diciembre 2006

El final del túnel

Y al final del túnel,
la luz...






Sé que sólo he de seguirla.


Como otras veces, simplemente he de caminar. Echar un pie, y luego otro. Y habré dado un paso. Y después otro, y tranquilamente, el siguiente. Y ya irán dos. Y después tres. Y después de un tiempo, miraré atrás y veré el trecho recorrido, con los pasos incontados y sus huellas apenas perceptibles, y me preguntaré... ¿Cómo hice para estar aquí? Porque la rueda seguirá girando, y posiblemente no recuerde que un día, decidí echar un pie y continuar. Y es por eso por lo que escribo, para que no olvidar que mi presente se configuró con las decisiones del ayer, que nada es fortuito, que paso a paso, voy creando ese porvenir que me visita ineludiblemente. Con su caja de bombones, incluidos los amargos.

Aunque hoy, ya ha anochecido, y he mudado mi vida, mi casa, y mi piel
Y estoy reajustando mis pertenencias como hace poco reajustaban mis huesos...
mis párpados se cierran anhelando los días y las noches que han de emborracharme con promesas nuevas, si bien sé que es el agotamiento absoluto de mis fuerzas el que los hace caer.

Así que creo que tengo bien merecido
reclinarme un rato

y descansar.

02 diciembre 2006

Ahora

Ahora que el tiempo ha terminado, que la nueva casa toma color y forma, que las calles de la ciudad me confunden y en los taxis dudo adónde ir

Ahora que cambio de llaves, y de cerradura, de puerta y de portal

Ahora que cunden los días y se amontonan los libros y los dolores, y las noches se deforman y no hay estrella-ni luna-ni nube-ni sol, ni tarjeta de crédito que pueda consolar la congoja y la incertidumbre

Ahora que he de embalar mi corazón y trasladarlo de cama y de almohada

dudo mucho que nadie sepa cuánto me cuesta abrir una maleta, y empezar la mudanza

Imagen: Maletas - J. Enrique Gonzalez