16 julio 2007

Nueva ausencia


Y ahora, después de esta ausencia forzada por falta de tiempo y exceso de trabajo, me voy a hacerle una visita al mediterráneo. Espero que me inspire y que me susurre bajito alguno de los secretos que esconde, yo los guardaré bajo llave hasta poderlos transmitir. Dormiré a mares en vuestro honor y cantaré y bailaré y me sumergiré en el agua salada una y otra vez mientras el cuerpo aguante. Después, con las fuerzas renovadas y nuevas visiones en mis ojos, espero volver. Y celebraremos mi primer año en la blogosfera... si os apetece, claro.

El cava, las velas y la música, los pongo yo.

Un abrazo mientras.


Imagen: C.D. FRIEDRICH. Landscape with Crumbling Wall. 1837-1840.

02 julio 2007

La otredad


La realidad y la otredad se entrelazan y mezclan en un cóctel de colores imposibles. Tiembla seductor el aire que nos separa en el círculo mágico y es tal la cadencia que se desmaya en el camino a los pies de la encina que permanece inmutable al paso del huracán. Caerán sus hojas, se troncharán sus ramas, morirán de viejos los petirrojos que la habitan, cesarán las hormigas de recorrer ansiosas su corteza una y otra vez. Cambiará el clima, se derrumbará la montaña, se abrirá una sima eterna en el borde del tiempo. Mutarán los ciclos, se perderá el rastro de la vida en la memoria de las piedras y ella seguirá en pie. Imperturbable.

Luego llega la noche, y busco su estancia para poder dormir en paz. Me cobija una sombra de infinitud. Dulce abismo de insomnio en el que me balanceo y sostengo, mis raices son de aire que tienden a la levedad. Y me gusta ponerme tu piel de pijama y que me arropes cuando está a punto de amanecer.

Duerme conmigo la realidad a ratos.

A ratos descanso de la realidad.

Y no paro de entretejer sueños.




Imagen: E. BURNE JONES. Estrella del anochecer. 1870.

23 junio 2007

Por venir

Una pasión fría endurece mis lágrimas.
Pesan las piedras en mis ojos: alguien
me destruye o me ama.
Antonio Gamoneda
Arden las pérdidas

Atravesé la tierra, llegué hasta el límite y me invadió la luz. Allí, sola de ausencias, me sobrevoló un ángel para avisarme de tu llegada. Ha desbrozado el camino, me ha mostrado las señales. Me ha cantado rituales mágicos de olvido y penumbra al oído mientras llenaba de marcas mi piel, piel blanca estigmatizada de cielo y cenizas que se eriza al recordar, y tuve que desvelar varios misterios para desenmarañar tu nombre. Después navegamos mares de luna y abismos, y después, cuando alcanzaba el fin de las horas susurró en mi delirio lo que estaba por venir.

Desplegó sus alas, y desapareció. Ahora amanece todos los días mi almohada con arrugas de alas. Abro la ventana, se desvanece su cautela. Y deja un nuevo mensaje, que me abraza de infinito mientras llaman al timbre. Eres tú con tu sonrisa. Y todavía no quieres pasar. Hablamos y hablamos, y tras los portales se preparan los incendios.

Preceden tus pasos las huellas que no te alejarán de mí. Baila conmigo la danza del futuro, cariño mío, que las certezas no acaban más que empezar. Difumina tus sueños antiguos con la luz del presente, que la rueda está girando. Aparta la distancia y la duda que es cierta esta inquietud, puedes jurarlo.

Vaciemos el armario de sombras, hagamos sitio para el amor.



Primera imagen: A. OSBERT. Visión. 1892.
Segunda imagen: M[1].MALLO. El racimo. 1944

13 junio 2007

Quiero escribir

Quiero escribir y no lo consigo. Se precipitan los acontecimientos y se amontonan los datos y la ausencia de fe. Me buscan las vueltas, y yo te busco a ti. No encuentran mis vueltas, y tú te escabulles entre los pliegues de mi enagua y los laberintos del tiempo. Quiero escribir en esta noche negra, y se nublan mis manos ante el fallido influjo de quien pretendió distorsionarme. Me han señalado con el estigma de la locura, y han intentado sembrar en mí la duda de mí. Pero poseo una cordura incierta, de esas que aterrizan en otros mundos paralelos y vuelven serenas a relatar visiones, y en la resaca de cada batalla me envuelven unos brazos como una manta de luz, brazos fuertes y seguros, blancos como el resplandor de las casonas del norte plagadas del roce de las estrellas. Suena tu voz en la madrugada. Y todo vuelve a fluir. Esta mala cosecha de sombra no dará más fruto que nuestras conciencias expandidas.

Pretendo escribir y no lo consigo. Vienen días de cambio y temblores, de trenes que horadan los campos y los recuerdos y cantan mi despertar. Se arrugarán las lanzas como cuerdas elásticas y rebotarán certeras de nuestros escudos a su origen.

Intento escribir y no lo consigo. Cuéntame el cuento que me prometiste, que un poco de ternura ha de hacernos un gran bien. Acurrúcame que me canso de ser tan fuerte, líbrame del temor de ti. Ampárame en el consuelo de este instante, no habrá un futuro mejor.

He atravesado el mar de dios y un mensajero me entregó su carta. Sea por siempre bendito el día que me reconoció. El mensajero me entregó la carta. Parecía un juego, pero entendí el mensaje. Ahora, el as de picas me pertenece. Mi suerte está cambiando.

Y mientras tanto, procuro escribir,


pero no lo consigo.


Imagen: E.DEGAS. Absenta.1876. Hace poco, en el mar de dios, un chico me regaló un as de picas. Dijo que tenía varias cartas, pero que la mejor era para mí. Y que podía usarla cuando quisiera y donde quisiera. Y que en ningún momento, olvidara que la tenía. La dejé en mi mesita esa noche, por si desaparecía con los sueños. Desperté, y no había desaparecido. Desde entonces, llevo un as conmigo, en la cartera. Espero no olvidarlo.

03 junio 2007

Los cimientos

Felices nuestros ojos y nuestros oídos que ven y escuchan. Sabed que reyes, papas, cardenales y obispos, abates y maestres han deseado ver y escuchar lo que vosotras escucháis y veis, pero ellos no lo han visto y no lo han escuchado y no lo conocerán jamás.





Busqué las alturas difuminando el límite entre la tierra y mi piel. Subí montañas, viví en áticos, contemplé el cielo abierto una y mil veces hasta creerlo mío. Me empapé de la lluvia como de las bendiciones y hablé con dios para preguntarle el por qué de su ira cuando me negaba el sol. Imploré hacia arriba, y mis pies fueron ligeros, y me olvidé de las raíces que encuentran a oscuras el alimento para la flor. Y di frutos de aire, que brillaban, sí, pero carecían del húmedo y profundo sabor.
Porque temía descender. Descender a las grutas de mí misma. Descender y encontrar mis cimientos a punto de desmoronarse, en pie a fuerza de un milagro y de mi intento. Descender y encontrar nidos de serpientes planeando envenenar el futuro. Descender y encontrar los fantasmas de los que se fueron dispuestos a rendirme cuentas. Descender y encontrar mi espejo, y no ver nada. Un rostro vacío. Un corazón vacío. Un vientre vacío. Y las telarañas del tiempo azotando mis sienes y riéndose de mí.
Tuve miedo mucho tiempo. Miedo de mí. Até mis manos para no sorprenderme, vendé mis ojos para no saber, tapé mis oidos, aunque las voces siguieron hablando. Tuve miedo y me negué.


Pero un día descendí. Supongo que para enterrarme o para reconstruirme. Supongo que en ese momento me daba absolutamente igual. Y de haber apostado por algo, hubiera sido por la primera opción. Pero descendí, es cierto, y encontré las columnas de alabastro en pie penetrando en la tierra firmes y certeras desde cientos de años atrás. Y supe de los laberintos que recorren el centro de la ciudad y de los templos ocultos bajo nuestros pasos. Y entendí por qué tengo la certeza de estar en mi lugar. Donde creí que habitaban serpientes, permanecía oculto mi origen.

Ahora sé que el miedo esconde algo entre sus fríos dedos de muerte revenida. Que refleja el terrible vacío que se origina al enfrentarnos con lo más grande que poseemos, con esa esencia de eternidad de la que no hemos de desprendernos y que perfuma nuestros días, y algunas noches sin luna también. Que viene con militares pasos certeros, que asedia nuestros sueños y los convierte en pesadillas, y que cuando le preguntamos quién eres se escabulle entre las casualidades (y deja una estela de luciérnagas resplandecientes) porque nadie le enseñó cuál es la respuesta. Por fin entiendo cuando me decías que mi mayor fuerza y mi mayor poder residen en mi oscuridad.

Creí caminar sobre una sima interminable. Pero me equivocaba. No hay abismos donde vivo.

Siglos de sombras, misterio y secretos me sostienen.

Imágenes: Los cimientos de la casa donde vivo. Ocultos a la mayoría. A mi alcance. Disculpad la mala calidad de las fotos, no muestran ni la mitad de la grandeza del sitio. Al día siguiente de conocerlo, alguien que no tenía ni idea de nada de esto me dijo: "Hay que bajar a las catacumbas antes de salir al foro". Todavía no sé qué pensar. O quizá sí.

27 mayo 2007

Vasos de ámbar

Los vasos de ámbar se han roto para siempre.

Esta mañana han explotado en mis manos, ya no podré utilizarlos para el primer café de recién levantada. No me preguntes cómo. Bien sabes lo mucho que me gustaba desayunar en esos vasos. Tenían la textura perfecta. El color de oro. Conservaban el calor más de lo que te podrías imaginar, aunque ya sé que no te lo creerías si te lo contara. Y me vendrías con mil explicaciones absurdas sobre el cristal y la conservación de la temperatura. Y yo te miraría y guardaría silencio, y pensarías como siempre que esa noche, gracias a ti, dormiría sabiendo más. Altivo profesor de datos muertos, qué ingenua seguridad te otorgaba entregarlos... Pero yo guardaba silencio mientras tú soltabas tu discurso y me abstraía pensando en lo sutilmente que desprendía el café su calor, y cómo esos vasos sabían conservarlo lentamente, como si hubieran planeado la conversación y el tiempo exacto que iba a durar. Esos vasos se alternaban para besarme cada mañana y eran mis cómplices, y mis amantes del amanecer, y con ellos planificaba en secreto mi día, y alguna noche también.

Los vasos de ámbar, como te iba diciendo, se han roto para siempre. Y de pronto, los dos, eran mil pedazos de cristal esparcidos a mi alrededor. Apenas un pequeño corte en la palma de la mano, un instante de enfado, dos minutos de reajuste...

Y aquí no ha pasado nada.

Pero los vasos de ámbar se han roto para siempre. Podría haberse roto un plato de la vajilla nueva, la ensaladera o el cuenco de los cereales que le preparo a mi madre cuando viene a pasar la tarde conmigo. Podría haberse roto un sueño, o un desamparo, podría haberse roto el silencio con el grito de un niño raptado en la calle, o las nubes con una maldición. Podría haberse roto un pacto más en el telediario, o la página del libro en la que garabateaste mi nombre. Podría haberse roto el balcón, haberse desprendido del edificio con un mal golpe de cierzo, convirtiéndose así en la pista de despegue al cielo. Podría haberme quedado sin los geranios, sin el aloe, sin el pequeño rosal que mimo como si fuera un hijo... y sin el nido de palomas que me acompaña. Podría haberse roto el portátil, la cama, la nevera, el televisor. Podrían haberse roto las huellas de esta noche, aunque ésas quisiera conservarlas un instante más.

Tan sólo se han roto los vasos de ámbar. Para siempre.


A partir de ahora, tomaré el café en vasos nuevos.



Primera imagen: W. TURNER. La estrella vespertina. C.1830.
Segunda imagen: M. QUETGLAS. Jacintos.1978. Acuarela.

18 mayo 2007

El guiño

Prolongo mi ojos y las visiones desfilan ante mí como en una tranquila mañana de domingo. Desfilan coquetas, desfilan serenas, desfilan solemnes, desfilan y me miran, se cruzan las miradas, me miran y me hacen un guiño. Desfilan las visiones, y yo formo parte de ellas, y me veo volando, deslizándome apenas a un palmo y mis pies no tocan tierra, y las visiones son tan reales que cuando tengo que caminar debo aceptar nuevamente, (como cuando era niña y no lo entendía, que lo recuerdo y se me encoge el alma, no entendía por qué no podía volar y lloraba sin consuelo, lloraba sin parar, lloraba y lloraba con una pena tan profunda y tan triste que ni mi madre, ni mi padre, ni mi hermano, ni nadie que se atreviera a intentarlo podían, ni sabían consolar, y me dejaban sóla con mi pena, sóla entre esas cuatro paredes sin ventanas, sin túnel al cielo ni pista de aterrizaje para que otros seres alados pudieran venir a enseñarme, hasta que me dormía de agotamiento y soñaba con las alas de mis pies vivas y transparentes) que existe todavía la ley de la gravedad que arrastra a los cuerpos hacia su propio abismo.

Desfilan las visiones, y formo parte de ellas. Y no hay abismo ante mí, sino un hermoso campo de batalla antiguo sembrado de flores. He vencido.


Prolongo mis ojos hasta tu ventana y te veo dormir. Mañana te contaré tus sueños, y tú también recordarás tus propias visiones. Sueños de niño acunado entre la plácida aurora, en brazos de una nube mullida de algodón que aún espera por ti.

Está amaneciendo una nueva era. Mi voz se acopla a la música de las esferas con un misterioso murmullo que me hace estremecer. Se agitan los mundos en la baraja de mi nombre y me ilumina su inabarcable delirio.

Y en la bóveda de los tiempos se reajusta el mapa con el que vine al nacer.


Imagen: V. VAN GOGH. Jardín.1888.

11 mayo 2007

Innegociable

Divorciada de Lot

Desazte de lealtades inservibles
emigra a algún rincón donde los besos
no acaben convertidos en puñales
un lugar donde puedas volver la mirada
sin temor a acabar como estatua de sal

Lucía Etxebarría
Actos de amor y de placer



Las palabras esta noche me arropan como torbellinos. Exhibo misterios desvelados en mi escaparate, mueren las supernovas para darme su brillo. Deja que rebose el licor por mis labios, deja que la magia celebre la primavera de una puñetera vez.

No me digas lo que tengo que hacer. No me digas lo que no tengo que hacer. No me digas lo que te parece bien, ni lo que te parece mal. Me importa bien poco tanto parecer. Te libero del peso de cuidar de mí. Te libero del yugo de creerte mi guardián. Te libero de tu altivez, no es necesario que lleves una máscara para acercarte. Intenta, entonces, no responder por mí. Creo que seguiré siendo terriblemente indecente, y eso, cariño, no va a otorgarte ni un instante de paz. Es innegociable un podium entre nosotros dos.

Voy al Templo de la Precipitación a recibir la luz de oro de los milagros.


Procura tener la cena lista cuando regrese.




Primera imagen: O. REDON. La mirada.
Segunda imagen: J.MORERA Y GALICIA. Lirios. c.1900

04 mayo 2007

Sin nombre

Vuelvo a casa, a mi cómoda y dulce casa. Vuelvo al hogar. Cálido y reconfortante. Vuelvo a mi territorio. A mi guarida. Vuelvo, siempre vuelvo. Vuelvo al hogar.

Avanzo por la calle de la Libertad. Es de noche, y estoy feliz porque vuelvo al hogar.


Hay un bulto en el suelo. Un bulto que me mira. Le miro yo también. Nos encontramos en el espacio de las miradas que escudriñan. Veo un bastón viejo a su lado. Alguien ha caído, y yo debería seguir mis pasos. Pero veo un cuerpo retorcido, y lo miro, lo sigo mirando. El tiempo acaba por detenerse, como si estuviera abriendo un paréntesis en el que me dejara elegir. Y él, entonces, sin dejar de mirarme, me habla.

“Ayúdame”.

Me acerco. Me pongo a su lado. Huele mal. Sigue mirándome a los ojos. Es tal su porte que siento que en cualquier momento todo el escenario va a cambiar y voy a salir proyectada a otro mundo. Imperio de luz. Imperio de otredad. Imperio de nadas completas. Imperio. El imperio. El otro mundo en el que, en demasiadas ocasiones, quiero desaparecer.

Pero todo permanece allí, detenido en el paréntesis del tiempo. Sé lo que tengo que hacer, lo que tengo que observar. Lo que tengo que preguntar. Sé cómo levantar a alguien que ha caído. Sé cómo hacerlo. Cómo tengo que flexionar las rodillas, cómo tengo que colocar mis manos para que el peso del caído haga la palanca que le impulse a ponerse en pie. Sin embargo, él se abraza a una de mis piernas como al mástil de un barco que estuviera a punto de naufragar. Aparece, de repente, su tacto. Su amargo tacto. Su rotundo tacto. Su nuevo tacto. Su tacto desconocido, que en otro momento sería hiriente, que en otro momento me molestaría, a mí, a la intocable, a la que le irrita el tacto desconocido, en este instante me obliga a despertar. Y siento una de mis piernas como el mástil de un barco que está a punto de naufragar.

“Pide ayuda, tú sóla no vas a poder”. Habla lento, torpe, pastoso, con un aliento de alcohol agrio que sobrepasa la calle, y se pierde en el río. Lo miro a los ojos. Me nubla su olor rancio, su mirada digna. “Claro que vamos a poder”. Un instante, y resurge de nuevo, allí, en pie. Levantado por mis manos y su impulso. Apoyado contra otra pared de piedra. La pared de piedra del viejo muro de dolores de la calle de la Libertad.

No deja de mirarme. Compruebo que más o menos, todo está bien. Ningún hueso roto, ningún dolor que sobrepase al cotidiano. Ningún techo que ofrecerle aunque no me lo pida, ningún paso que pueda dar por él. De nuevo él es el vagabundo, y yo la chica que vuelve a su hogar. Lo que decía, más o menos, todo está bien. Se cierra el paréntesis.

“¿Cómo te llamas?” Paula, me llamo Paula. Ni se me ocurre preguntarle su nombre.

“Mañana iré al Pilar y rezaré por ti.” y da la sensación de que intenta sonreirme. Es mucho más de lo que puedo soportar. Hace mucho que es más de lo que puedo soportar. Me despido con la mano, continúo. Ya no puedo hablar. Y sigo avanzando por la calle de la Libertad, rumbo a mi guarida, al rincón donde me escondo y donde me protego, y donde corro a refugiarme cuando, definitivamente, nada termina por estar del todo bien.



Al oirle decir “gracias” giré a la derecha. Mis lágrimas llegaban al mástil.


Al mástil del barco que estuvo a punto de naufragar.





Primera imagen: G.CHIRICO. La alegría del regreso. 1915.
Segunda imagen: S. DALÍ. Dos trozos de pan expresando el sentimiento del amor. 1938-39.

27 abril 2007

Soledad

Un silencio profundo y vibrante envuelve este espacio en el que me encuentro, y las voces de los otros se pierden en el barullo de la ciudad. Se están levantando las auroras, y parece que el dolor, este dolor lacerante que aún me persigue y me atravesaba el alma, empieza a remitir.


Nunca había vivido una soledad tan penetrante, tan cierta, tan poderosa. Nunca me había permitido vivir así. Me está calando, y me está abarcando, y su fuerza se manifiesta para mi asombro, en mis manos y en mi voz.

No sé cuándo acabará este tiempo. No sé cuando mudará el color. No sé si estas ojeras que aún asoman se tornarán permanentes, como cicatrices de viejas heridas que recuerdan las antiguas batallas, o se regenerarán en olvido y piel nueva. No sé si tendré que seguir escalando muros de piedra a oscuras, o por fin llegaré a este final.

Lo que sí sé es que hasta ayer decía ya no puedo, y hoy sí me alcanza.

Me dispongo ante la vida como ante la presión de los días nublados, sabiendo que, en cualquier momento, se desatará la tormenta.

Y después el huracán

Y después, vendrá la calma.

Y por fin, un rayo de sol.



Imagen: L. SPILIAERI. Vértigo. 1908. Tinta china, acuarela y lápiz de color.

19 abril 2007

Todo gira

..."Después de las penas de su alma, verá la luz y quedará colmado".
(Isaías 53,11)






Todo gira,
continuamente,
todo gira y gira,
y este vértigo no parece tener fin.

Añoro Abantos y su pequeña carretera empinada llena de retama, (sigo sin entusiasmo) y más allá, añoro el bosque de potrillos y ciervos esquivos en el que me fundía con paso sagrado desde la curva previa a Peguerinos, donde aparcaba el coche antes de comenzar el ritual. El río habrá florecido, y me duele recordarlo, y lloro de distinta manera a como lloré la primera vez que lo ví.

Intento dormir durante un par de años, pero no lo consigo, y esta primavera parece una guerra nuclear.

Mi madre me abraza, se despide de mí en la calle, retrocede y me vuelve a abrazar. Me retiene contra su pecho, me aprieta contra ella, y yo me tengo que agachar porque soy un poco más alta, o estoy menos encogida en apariencia, y me acuna su respiración y su ternura de madre impotente, y su olor a pan recién hecho y a pucheros continuos en la lumbre llena el barrio, y probablemente, la ciudad. Mi madre me abraza, y yo le sonrío, y me da el tiempo justo para volver a despedirme, con el torbellino girando a mi paso, para que no me vea llorar. Me quedaría en su pecho y volvería a amamantarla, pero debo continuar. Voy a la estación, a buscar un billete para el tren que, una vez más, no me alejará lo suficiente de mí.

Añoro la esperanza, esa fuerza que me sostuvo y a la que le he perdido la fe. Añoro mi piel cuando no lamentaba heridas y reclamaba su diezmo. Añoro mis ojos cuando te tenían ganas, y eran correspondidos y las copas del bar empezaban a aplaudir. Añoro los días en los que no tenía que convivir con esta puta tristeza que me parte el alma en dos.

Hoy me refugio tras unas gafas de sol, y fíjate tú qué chorrada, dicen que me sientan muy bien.


Primera imagen: S.DALI. El estanque de las lágrimas. 1968-69. Aguada.

Segunda imagen: E.HOPPER. La luz del sol en una cafetería. 1958

12 abril 2007

Estoy cansada

Camino entre sueños por calles inciertas, al destiempo de la noche y de las ruinas. Están cayendo las murallas y el polvo se pega a la piel como si fuera arena, y luciera el sol y acabáramos de bañarnos y fuera un día ideal. Pero no hay playa, no hay playa en estas calles desiertas, y ya no me cercan las olas, ni me acaricia la brisa, ni la hondura me invita a nadar, no descansan mis ojos en el horizonte abierto, y no espero la tarde en la sosegada calma del vaivén. En realidad, apenas espero nada, porque hace tiempo me cansé también de esperar. Camino y camino, y me estoy agotando irremediablemente de tanto trajín.

A veces me pregunta alguien cómo estoy, y los andamios en los que me sostengo comienzan a temblar.

Estoy cansada
Supongo que eso debería ser suficiente.

Pero estoy muy cansada y quiero que se sepa, y a ratos me aplasta tanto el cansancio que la columna se repliega y parece un signo de interrogación. Apuntalo los párpados para seguir en pie y no hay vigas que hoy retengan el peso de esta construcción. Me estoy desalojando, y en esta mudanza lo cierto es que ya no puedo más.

Me desmorono y me deshabilito

Y me gustaría acostarme en una urna infinita, y dormir sin tregua hasta el día del juicio final.


Imagen: La encontré rebuscando en google, y Motarile me ha soplado que es de Guillermo Munro y que se titula "dormida". Da gusto tener amigos cibernéticos como él...

06 abril 2007

Puños abiertos

No sé en que momento ocurrió. No sé si fue un descuido, desidia o algo inevitable. No sé si con más atención podría haberlo visto venir, si aparecieron señales que ignoré sistemáticamente, bien por ignorancia, o bien por despiste, que, al fin de cuentas, viene a ser lo mismo, o si era una prueba y fui mermada, o quizá, como decía, quizá

sólo se trató de algo sencillamente inevitable.

Un día cerré la puerta. Cerré la ventana. Bajé la persiana (perdí la luz). Cerré la cama. Cerré los ojos. Cerré las manos, fueron puños y empezaron a doler. Cerré la boca. Y el armario. Eché el candado. Dejé de husmear. Recogí las banderas. Deserté en las batallas. Ignoré los sueños, perdí el contacto, negué las voces. Subí el volumen de la música y me puse a amasar pan.

Nunca dejé de regar las flores.

Y un tiempo después amaneció. Alguien subió la persiana (recuperé la luz). Y creí en la resurrección de la carne. Maté al ave fénix, nunca más lo veréis volar. Luché en el frente y las heridas dolían, cómo dolían, pero se izaron las banderas, y reconstruí mi hogar.

Soy dueña de infinitos sueños, y lo ignoraba. He abierto la puerta.


Habito una cama de ojos claros
Y sé cuál es el secreto

Mis puños contienen voces que se desparraman sin piedad.

Imagen: M.Amado. Salida al patio. 1982.

01 abril 2007

Pared de piedra

- ¿Quieres pasar?
- La verdad es que no, no sabría dónde ponerme...
- Puedes coger un taburete y sentarte, estarás más cómodo
- No sé qué haría yo sin ti...

Tal cual. Y el chico de la cazadora de cuero negra que llegaba tarde, se cogió el taburete, se pegó a mi sombra, y escuchó conmigo el concierto de jazz, en el final del pasillo de piedra y arco del sótano de La campana de los perdidos. A veces se acercaba tanto que su brazo se encajaba en mi costado. Y entre tema y tema, el ácido limón de las Coronitas y su voz en el oído, transcurrió un concierto suave e íntimo que no nos decepcionó. A ratos intentábamos ensanchar el pasillo empujándolo con la planta de los pies, y nos mirábamos y reíamos. “Tardaríamos años, aunque podríamos intentarlo...”, me decía, y mientras retumbaba el bajo (qué bueno era el bajista, por dios) en mis entrañas me imaginaba allí, empujando la pared durante años con ese desconocido de sonrisa amplia, escuchando su voz en mi oído y sintiendo su brazo encajado en mis costillas, y os juro que durante un instante hubiera apostado por ello y me sentí una mujer feliz. Apoyé mi cabeza en la pared. Fuera de allí el mundo seguía girando loco. Pero esa pared de piedra me protegía y me aislaba, y en ese espacio, y en ese tiempo, todo estaba empezando a sonar muy bien. Me fascinaba la sensación fuerte y cálida en mi pelo. Al cabo caí en la cuenta de que las paredes de piedra no son mullidas. Miré al chico de los brillantes ojos azules y la cazadora de cuero, que había cambiado de posición y se acercaba aún más “No te cortes, me encanta que te apoyes en mí.” Y su brazo volvió a encajar en mi costado.

Seguía sonando la música cuando terminó el concierto.




Aún sigue sonando


Imagen: Pared de piedra de quién sabe dónde...

28 marzo 2007

La hora del alba

Y a la hora del alba, cuando las sombras deban ser ejecutadas, un dulce canto de alondra inundará la estancia y nos dará cobijo. Todo lo que habrá entonces será eso. Las manos llenas, el canto de la alondra. Y una breve plenitud. Quedará atrás la espera infanticida de un mundo mejor. Este es nuestro mundo y poco podemos hacer ya para que no reviente. Abandonemos de una vez la gran mentira de que todo está bien. No hay nada que podamos mejorar aunque aún podemos llenarnos los ojos de flores que explotan. Quizá si cada uno nos encargamos de un jardín, se me ocurre que tal vez, toda la belleza del mundo pueda ganar la batalla a la muerte por nosotros. Aún apostaría por ello, no te creas. Pero esto es lo que hay, desolación y pereza, y el cielo que hoy miramos y que nos refleja esconde agujeros negros. No hay nada allá atrás, nada, excepto el gran universo con sus misterios inabarcables y sus juegos incomprensibles. Dicen que se está expandiendo, y que se aleja, y sólo de pensarlo siento temblar la tierra y no hay tabla en la que salvarse ya. Nadie estará esperando para decirnos qué hacer. No hay unos brazos infinitos abiertos para envolvernos con una manta eterna de consuelo y perdón. No hay más juicio final que el del miedo que nos da el vivir sin tener una entrada al paraíso.


Estamos solos en esta noche negra, en esta noche tan cerrada que parece una gruta del fondo abisal.

Estamos solos y no existe la otra orilla.

Estamos solos, y ninguno parecemos estar al corriente.

Vamos remando en un mar de sueños, amor mío, y la piel se nos caerá a jirones cuando el tiempo haya concluido.


Primera imagen: Tórtola torcaz en mi balcón. ¿Que cómo lo sé? Me lo ha dicho una mandarina azul...
Segunda Imagen: G.CHIRICO. El enigma del oráculo.1910.

20 marzo 2007

Ella escucha

Ella escucha.
Desde tiempos remotos, el poder de la revelación le ha sido dado.

Ella escucha.


Y entre el ruido, en mitad de las palabras, por encima y por debajo de ellas, en los huecos del pensamiento y de los sueños, entre la maraña de los sonidos que filtra la aurora, en los murmullos, gritos, y silencios que recorren las calles, en la cadencia de los suspiros, de las ausencias y de los cantos que pueblan la noche, en la penetrante distancia de los susurros, rumores, ecos y aullidos que evoca el vértigo,


ella distingue La Voz profunda que se dirige a su alma.

Ella escucha
y presta atención.
Siente la presión en el pecho
y la rueda vuelve a girar.

Imagen: Anónimo. Genio femenino alado y portador de flores. Procedente de Stabies. Museo Arqueológico Nacional. Nápoles. A los que me visitáis con frecuencia, os invito a que leáis mi último comentario de la entrada anterior. Si os apetece, claro. Y a los demás, también. Evidentemente.


16 marzo 2007

Nudo

Amanecen dos escobas al lado de mi cama
con una barro miserias, con otra sobrevuelo la noche
Y una de las gatas vigila los puertos.

Vengo de contrabando con los pliegues de la falda arrugados y las botas sin anudar y me miro al espejo y me siento poderosa. Vengo del otro lado de las murallas, de negociar caminos. Vengo de cabalgar a pelo por la orilla del mar. Vengo del rincón de penumbra donde los sueños se esconden, y se engarzó en mi pelo una ola que te tocó.

Amanece también una cuchara de palo, que disimula entre los pucheros. Pero conjura bálsamos y tiembla la tierra y cocina indecencias a borbotones mientras el mal desaparece. Estoy removiendo los tiempos para acelerarte y traerte, y unos brazos invisibles están abarcando mi espalda, y ya oigo tu respiración. Dejaré las otras pócimas para más adelante.

Acabo de comprar un nuevo futuro, llegará el viernes a contrareembolso. No sé qué será de mí.

Invoco mareas y precipicios, y ese nudo en tu estómago, no lo dudes,

me está precediendo.


Imagen: J.Turner. Luz y color. La mañana después del diluvio, 1842

11 marzo 2007

Señales de humo














Te estoy enviando señales de humo
pero no quieres atenderlas
y hoy estoy enferma, y tengo fiebre
y es de tanto esperar tu respuesta y no encontrarla
Miro una y otra vez por la ventana
buscando nubes distintas
Ninguna señal de ti
Y me pregunto por qué aún sigo creyendo en imposibles,
en botellas con mensaje que se lanzan desesperadas
al mar, huyendo para que alguien las recoja
(y que, efectivamente, alguien recoge)
o en el aleteo de una mariposa
que puede generar huracanes quién sabe dónde

Hoy tengo fiebre
y es porque te mando señales
y te estás haciendo el despistado
y dejas pasar las horas como si nada.
Tú empezaste esto, no me vengas con cinismos
y parece mentira que creyeras
que todo iba a permanecer igual.
Te anticipo que no va a resultar fácil
y que el tiempo de espera,
como no te espabiles,
tarde o temprano, ambos lo sabemos
llegará a su fin.

Después no habrá mensajes,
ni humo en el cielo
ni citas de domingo, ni brindis, ni flor
que valga
Y un pájaro de muerte y angustia picoteará tu ventana
y te preguntarás mientras te retuerces empapado en ausencias
qué es lo que añoras tanto.

Sabes que hablo de ti
Lo sabes por ese vuelco en el pecho
que sólo aparece en los momentos decisivos
Lo sabes y lo ignoras
Y me pregunto, envuelta en fiebre
y evocando tu nombre
cómo puedes ser tan imbécil.


Me estaba cansando del tono tranquilo y tiraquepuedocontodo de mis palabras. He llegado a plantearme abrir otro blog, como si abriera un nuevo Moleskine, con sus hojas de crema vírgenes aún, para escupir la rabia y este carácter que me sostiene y al que tanto tengo que agradecer. Finalmente, he decidido hacerlo aquí. Supongo que será la fiebre y que, después de todo, no sólo tengo un personaje que interpretar. Supongo que puedo hacerlo. Supongo que quiero hacerlo. Vamos, que sobra tanta explicación. Al fin y al cabo, esta es mi casa ¿no?
¿La foto? Se me olvidaba. La hice yo, si, y sigue siendo de la tanda del Monasterio de Veruela. Me cundió ese día, lo reconozco.

08 marzo 2007

Buceo

Buceo entre mis noches oscuras y busco demonios con los que enfrentarme
Desciendo por las grutas que llevan tu nombre y me asomo a las cuencas vacías de tus ojos
Persigo un rastro, una huella que me conduzca al dolor, para exocizarlo


Pero sólo encuentro flores

Es posible que no esté escarbando donde debo
o quizá sea que ya vivo en otro mundo



Imagen: Fotografié estas calles de mi ciudad cuando no sabía que serían pronto mis calles, ni que esos días traerían tormentas que dejarían a su paso un aire limpio y un cielo radiante. Y ahora que llegan poemas a mis manos, velas al atardecer y onzas con mi nombre de chocolate belga, me pregunto cómo he podido vivir tanto tiempo contenida

04 marzo 2007

Treinta y siete


A mis treinta y siete me pongo los zapatos de matar
y salgo a la calle rompiendo baldosas.

Es cierto que he cambiado de talla, pero es cierto también que otras pagan por hacerlo. Será que tengo el corazón más grande de tanto y tanto querer, de tanto abrir el pecho buscando oxígeno para no asfixiarme, de tanto abrazar ausencias, de tanto asomarme a precipios y estrujar su belleza para no dejarme caer.

A mis treinta y siete, sigo amaneciendo despacio.
Y oigo un llanto de niño recién nacido que se acerca desde el infinito. Me asomo a la ventana, y antes de contemplar el cielo, un velo de flores rojas recién abiertas me cuentan los secretos de la noche. Diminutas gotas de vida que enmarañan visiones, acarician mis ojos y me obligan a despertar.

Suena la música, y sigo bailando. Y este cuerpo, cansado de tanta cuesta en el camino, vibra con los acordes y comienza a danzar. Giro loco que conecta con el otro giro más grande, desde el centro de la tierra donde habitan las llamas eternas, y puede que allá lejos, de tanto y tanto girar, se esté generando una nueva galaxia.

A mis treinta y siete años se amontonan los amigos y las llamadas
Y la Cuchi me ha regalado la noticia de su primer embarazo. Ella lloraba al contármelo. Yo he llorado al escucharla. Y recuerdo, con esa mezcla de nostalgia y alegría, las horas y horas sin dormir, hablando y riendo, cubiertas por una manta, al abrigo de las nieves del Escorial. La casita azul sigue allí, en la plaza del pueblo... ¿qué anhelos poblarán hoy, en esta mañana radiante de sol, las paredes que nos cobijaron? Alguien abrirá el horno, y el olor de nuestro pan recién amasado inundará el salón. Y los cantos de la buhardilla, bajarán sigilosos por la escalera y buscarán un rincón para continuar.

Mejoran mis recetas con el paso de los años, como los buenos vinos con los que habré de brindar, y no hay nada como abrir la puerta tras una jornada de trabajo y respirar en el hogar. Canta un búho desde las nubes. Dejemos que él contemple la creación. Secreta alquimia de ternura y abismo, de misterio que se descifra a oscuras, cuando los cuerpos sólo se visten de luz. Hubo un eclipse de luna llena esta noche mientras dormía, y ya he aprendido a hacer filtros de amor.


Sigo pulsando universos, y provocando tormentas, es verdad

Pero tengo treinta y siete promesas que contarte.

Y treinta y siete rayos de sol

No te los pierdas



Las fotos son mías. La primera es del Monasterio de Veruela, la segunda, del Monasterio de Piedra. Y para todo el que se asome por aquí, a partir de esta tarde habrá fiesta en la cocina. Estáis invitados. Encenderemos treinta y siete velas.